El Líbano fue una vez un noble experimento. Cuando terminó la era del imperialismo europeo, la mayoría de los países árabes y musulmanes se convirtieron en dictaduras en las que las minorías étnicas y religiosas -cristianos, judíos, kurdos, drusos, baháis, yazidíes, etc.- no gozaban de derechos ni libertades. Los libaneses intentaron encontrar un camino mejor, un modus vivendi entre sus pueblos.
En 1943, un acuerdo no escrito conocido como Pacto Nacional estableció el Líbano como un Estado multiconfesional. El presidente debía ser un cristiano maronita, el primer ministro un suní, el presidente del Parlamento un chiita y el vicepresidente un greco-ortodoxo.
Podríamos considerarlo un primer modelo de lo que ahora se llama «diversidad, equidad e inclusión», un intento de crear una forma de gobierno que, podríamos decir, se pareciera al Líbano.