martes, 3 de noviembre de 2015

Obama y lo imposible en Oriente Medio.


En los días que corren, Barack Obama está siendo criticado en todas partes por cualquier cosa que haga en Oriente Medio. Y cómo no habría de serlo, si probablemente no hay nada que pueda hacer para convertirse en el crucial y decisivo actor, que a él le gustaría ser, en la vertiginosa geopolítica de la región.

No es que todas sus decisiones sean malas. Muchas lo son, pero hay algunas que parecen sensatas. El hecho es que virtualmente no hay Estado en la zona, o que tenga intereses en ella, y que realmente esté de su lado. Todos mantienen sus agravios y prioridades y están deseosos de resolverlos aún si Estados Unidos los presiona para no hacerlo.

Hay cuatro ámbitos que podrían considerarse los puntos candentes de la región, o tal vez deberíamos llamarlos los más candentes: Irán, Siria, Afganistán e Israel/Autoridad Palestina (AP).

Los críticos de Obama dicen que él no tiene una política coherente en ninguna de esas regiones. Y esta crítica no deja de tener su fundamento.

Su política más clara, relativamente, es la relacionada con Irán. Estados Unidos hizo un esfuerzo enorme para obtener un acuerdo con Teherán que en esencia ofrezca un arreglo: que no haya armamento nuclear en la República Islámica a cambio de levantar las sanciones económicas.

De hecho, tal acuerdo ya se firmó. Y las legislaturas de ambos países tomarom el primer paso hacia su ratificación. Los historiadores futuros enlistarán éste como uno de los logros de Obama en lo relacionado con política exterior - junto con la reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba.

Sin embargo, el pacto debe ser ratificado más allá, de varios modos, por ambas partes. Aunque esto parece probable, con toda seguridad no es inevitable. Los detalles son complicados y están abiertos a diferentes interpretaciones por los dos países. Y diferentes interpretaciones conducen a la continuación de las tensiones. 40 años después de que se firmara un acuerdo semejante en Irlanda del Norte, todavía hay discusiones sobre la interpretación del pacto, y en este momento existen posibilidades de que se rompa.

La situación en Afganistán es menos clara. Los talibanes parecen estar juntando fuerza constante y están controlando más y más regiones. Estados Unidos envió tropas para sacarlos y mantenerlos fuera. Supuestamente el gobierno afgano quiere derrotar también a los talibanes.

Lo más importante es que también Irán quiere derrotar a los talibanes. Pero Estados Unidos e Irán no quieren cooperar abiertamente en este objetivo. Y el gobierno afgano se desgarra entre la reivindicación de su independencia respecto de Estados Unidos y su necesidad de contar con su continuada (de hecho creciente) asistencia militar. El gobierno paquistaní parece estar apoyando a los talibanes. Y el gobierno de India parece querer apoyar al gobierno afgano de un modo más directo de lo que desearía el ejecutivo estadunidense.

La política norteamericana no es coherente, porque intenta alcanzar una serie de objetivos que interfieren uno con otro. Estados Unidos desea reforzar un gobierno estable y, por lo tanto, está comprometido a respaldar al actual gobierno afgano. Para hacerlo, los militares estadunidenses insisten en que se necesitan más tropas.

Pero Obama prometió reducir sus fuerzas a un grupo de entrenadores no combatientes para cuando termine su presidencia. No es posible hacer esto y al mismo tiempo garantizar la supervivencia del llamado gobierno afgano estable, en especial cuando la estabilidad del mismo está ligada a una enconada lucha sin resolver con sus oponentes no talibanes.

Si volteamos a Siria, coherente es el último adjetivo que uno aplicaría a la política estadunidense. Por una parte, intentó formar una coalición internacional de países comprometidos con la derrota del aún expansivo Estado Islámico (EI).

En teoría, Estados Unidos también está comprometido con la destitución de Bashar al-Assad. Lo que Obama no quiere hacer es comprometer tropas en otra zona de guerra civil en Oriente Medio. A cambio, prefiere combatir al EI con drones que bombardean sus unidades, sin siquiera tener tropas en el terreno que por lo menos los guíen. La consecuencia, que es inevitable, es el daño colateral que intensifica los sentimientos antiestadunidenses en Siria.

En tanto, Rusia ya dejó claro que está comprometida a mantener a Assad en el poder, al menos hasta que exista una resolución política del presidente sirio con la llamada oposición moderada.

La oposición en sí misma es un grupo complicado. Estados Unidos gastó mucho dinero y energía en entrenar a un selecto grupo de oposición. El ejército estadunidense justo acaba de admitir que este esfuerzo fue un fracaso total. Los grupos a los que les había brindado apoyo fueron desintegrados en gran medida. No sólo huyeron de los campos de batalla, sino que de hecho le entregaron material a Jabht al-Nusra, grupo afiliado con Al Qaeda.

Nadie realmente está siguiendo ninguna de las directrices de Estados Unidos. Con mucha renuencia Turquía accedió a los sobrevuelos de aviones y drones norteamericanos, pero se negó a alentar el respaldo hacia las tropas kurdas que son las que realmente combaten al EI.

Arabia Saudita tampoco tiene una política coherente. Están en desacuerdo con las fuerzas de Al Qaeda, pero también les brindan algo de respaldo financiero y diplomático como parte de su intento por contrarrestar la influencia iraní por todo Oriente Medio.

Reino Unido y Francia dicen respaldar a Estados Unidos, pero Cameron envia solamente drones y Hollande critica a Obama por no ser más duro contra Assad.

Israel no parece tener ninguna claridad de lo que va a hacer. El Estado judío alega que el mayor enemigo es Irán, pero de hecho se concentra en mantener a raya a los palestinos, lo cual significa constituir una política en la Franja de Gaza y otra en Siria y Líbano.

Y en cuanto a Israel-Palestina, la violencia y la retórica van in crescendo en ambas partes. Muchos analistas dicen que ésta es la tercera Intifada, y algunos aseguran que comenzó hace un año. Sea cual fuere la etiqueta, es obvio que lenta, pero seguramente Israel está perdiendo la batalla diplomática en Europa occidental y aún en Estados Unidos.

Mientras Netanyahu, quien quisiera reparar las malas relaciones con Obama, tiene que ser precavido de no ser rebasado por su derecha. Hay poco que él premier vaya a hacer para cambiar la política israelí. Y hay poco que Obama pueda hacer que él emprenda. No obstante, el conflicto entre Israel y los palestinos continúa siendo el potencial disparador de una explosión por todo Oriente Medio, una tan severa que afectaría las operaciones de toda la economía-mundo, algo que ya está en una condición muy frágil.

Si alguien puede ver en este popurrí de evidencias que Estados Unidos sigue siendo capaz de controlar la situación y dictarle términos a alguna de las partes, está viendo cosas que la gran mayoría no puedo ver.

No sólo Estados Unidos no es ya una potencia hegemónica, sino que ya no es ni siquiera el actor más poderoso de esta fragmentada región.

La renuencia de Obama a admitir esta realidad es un peligro para el mundo entero.









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