jueves, 12 de octubre de 2017

La idea de cerrar la ONU es, por ahora, “ciencia ficción”


Quizás, el deseo máximo de muchos en todo el mundo, y entre la gran mayoría de los israelíes en concreto, consiste en presenciar el cierre de las Naciones Unidas y su sustitución por una nueva ordenación de países con ideas afines, democráticos y respetuosos de la ley y con una línea común, estado cuyo verdadero objetivo sea el respetar y hacer respetar los derechos humanos.

Pero si bien muchos apoyan tal visión, pocos han hecho algún tipo de esfuerzo por llevar a cabo la investigación requerida y, además, han presentado un plan definitivo dirigido a lograrlo.

En su libro “The Case Closing the UN” (El cierre de las Naciones Unidas: Derechos Humanos Internaciones – Un estudio de la Hipocresía (2016, Gefen), Jacob Dolinger, profesor retirado de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, una reconocida autoridad en derecho internacional y un respetado autor, ha “cogido el toro por los cuernos” y ha escrito un análisis maestro en profundidad que describe el fracaso total de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional organizada, a la altura de las visiones básicas de sus creadores.

Este libro es revelador. El simple título es suficiente para abrir el apetito de cualquier persona relacionada con la manera en que la comunidad internacional en general y de la ONU y otras organizaciones internacionales, en particular, se han convertido en rehenes de una mayoría de Estados miembros no democráticos que apoyan y dan licencias al terrorismo, que promueven el antisemitismo y apaciguan y glorifican a los líderes tiránicos que sistemáticamente violan los derechos humanos de sus propios ciudadanos.

Sin embargo, el libro no se limita a la ONU. Se traza la historia de la hipocresía internacional durante el siglo XX, comenzando con el genocidio armenio de 1915 en el que un millón y medio de cristianos armenios fueron asesinados por los turcos, mientras el mundo miraba. Aunque algunas expresiones de simpatía y empatía fueron pronunciadas por algunos líderes occidentales en aquel momento, no se tomaron medidas para impedirlo o para ayudar a las víctimas.

El hecho de que esto fuera y todavía no sea universalmente reconocido por las principales democracias como un genocidio es indicativo de la hipocresía egoísta de la comunidad internacional de entonces. El hecho que incluso hoy en día exista un deseo de mantener buenas relaciones con Turquía pasando por una negativa a reconocer este genocidio, es indicativo de qué el término de Dolinger “un crimen de silencio” sigue siendo cometido por una todavía hipócrita comunidad internacional.

Dolinger encuentra los mismos componentes de esa hipocresía y de esos intereses egoístas en relación con el Holocausto. Él ve en la negativa de los EE.UU., Gran Bretaña, Canadá, Suiza, los Países Bajos, Dinamarca, la República Dominicana y otros, a la hora de permitir la entrada de inmigrantes que huían de las atrocidades alemanas como una real criminal complicidad con los diseños de Hitler. Afirma: “la negación, la no intervención y la intervención permitieron su continuación”, añadiendo así otra cantidad al número de asesinados – una grave acusación, por decir poco.

En cuanto a la ONU, el análisis de Dolinger de la Carta de la ONU de 1945 y la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, acentúan que ambas expresaron la necesidad, tras “el flagelo de la guerra” a “reafirmar la fe en la dignidad y el valor de la persona humana” y “la fe en los derechos fundamentales” como la “base de la libertad, la justicia y la paz en el mundo”. Pero las inconsistencias incorporadas dentro de la Carta de la ONU entre la soberanía y la integridad territorial, por un lado, y la prohibición de la intervención en un estado de la jurisdicción interna, por otra, hacen que la organización sea ineficaz en cualquier intento genuino de actuar contra los violadores de derechos humanos.

Concluye que fuera de los tópicos y las buenas intenciones “la ONU está gobernada por intereses políticos que restringen el cumplimiento de sus convenciones y pactos y el funcionamiento de sus comités”. Lamenta que incluso la Convención sobre el Genocidio de 1948, destinada a sancionar a quienes conducen el genocidio, no se ocupara de su prevención. Dolinger detalla los genocidios en Camboya, Congo, Ruanda, la antigua Yugoslavia y otros, todos “inducidos y agravados por la complicidad de las democracias liberales más importantes. Una vergonzosa inhumanidad por parte de las naciones que pretenden ser los líderes de la revolución internacional de los derechos humanos”.

Describe la naturaleza selectiva, política y oportunista del Consejo de Seguridad como un factor de eficacia y credibilidad. Su sistema integrado de veto sirve a los intereses de los violadores de los derechos humanos. Su fijación a la hora de condenar a Israel, ignorando la constante agresión de los Estados árabes y de otros países, la transforma en hipócrita e ineficaz.

Él ve el Consejo de Derechos Humanos de la ONU como un reflejo “la parcialidad y la orientación política del Consejo de Seguridad”. Un organismo compuesto por una mayoría de estados abusadores de los derechos humanos, no democráticos, que se fijan en condenar a un solo estado – Israel – que hace la vista gorda a situaciones genuinas de discriminación y de violaciones de los derechos humanos. Como tal, es, en sí mismo, un cuerpo discriminatorio, desacreditando a la ONU.

Dolinger condena a la Corte Internacional de Justicia y, correctamente, observa que se ha convertido en un “adjunto del Consejo de Seguridad”, con un “enfoque intolerante a ciertas situaciones políticas internacionales, debido a la abdicación a los intereses y a las políticas de los países de los cuales son los jueces”. A modo de ejemplo sobre el fracaso de la corte para mantener la justicia internacional, el autor cita la opinión consultiva de 2004 de la corte sobre la barrera de seguridad de Israel. Uno de los ejemplos más bajos de la falta de credibilidad jurídica de dicha corte.

Pasando a la plaga del terrorismo internacional y el fracaso de la comunidad internacional para castigar a sus autores y para evitar que prosiga la violencia terrorista, Dolinger lo atribuye la culpa a una serie de fuentes, incluyendo la incitación flagrante de líderes musulmanes, la ceguera Europea y la ingenuidad de Estados Unidos, por su vaguedad e inacción. El hecho que la ONU de la bienvenida a miembros de los estados totalitarios y brinde sus respetos a terroristas, e incluso cuando que gaste esfuerzos en defender el historial de derechos humanos de esos elementos que hacen terrorismo, es un indicativo de la completa incapacidad de la organización para lograr los nobles objetivos establecidos en sus citados documentos fundacionales.

Dolinger dedica un capítulo, acertadamente titulado “La ONU tras los pasos de Hitler” para describir la discriminación inherente y el antisemitismo de la ONU en sus acciones destinadas a señalar a, discriminando y deslegitimar, al Estado de Israel. Citando órganos partisanos y discriminatorios tales con la UNWRA, citando las resoluciones de la Asamblea General de equiparar el sionismo con el racismo y comprobando la resoluciones políticas destinadas a demonizar a Israel, llega a la conclusión que la ONU no es más que un cómplice de los terroristas.

Sin embargo, esto es, en su opinión no se limita a la ONU, también se extiende a lo que él describe como la “maligna de la Cruz Roja Internacional”, que ha tomado una postura política anti-israelí, que influye en otras organizaciones internacionales. Del mismo modo, con respecto a las organizaciones no gubernamentales internacionales, el movimiento de boicot, los medios de comunicación internacionales e incluso el presidente estadounidense Barack Obama – todos ellos han colaborado y alentado al terrorismo árabe.

El objetivo de Dolinger al escribir este libro es proponer una alternativa viable a la ONU, a través de la creación de una nueva organización mundial que no será “un rehén de estos bloques de Estados no democráticos que son mega-violadores de los derechos humanos” y no será rehén de sus estados miembros, no promoverá el antisemitismo contemporáneo y no va a apoyar a los líderes totalitarios.

En su capítulo final, que detalla la naturaleza de una nueva organización internacional – una “Liga de Democracias” – totalmente desvinculadas de la ONU, compuesto por un grupo de naciones que “fijarán los derechos humanos por encima de todos los objetivos para proteger a su propia población del daño, y también, cuando sea posible, para intervenir en los estados de terceros – que no son miembros de la organización – con el fin de salvar a los seres humanos de la destrucción”.

Y añade, como una adición única, sobre la necesidad de la participación de los líderes de todas las religiones, como fuente de inspiración y orientación, proporcionando normas éticas y moralidad en la conducción de la economía y la política internacional.

Dolinger concluye con la esperanza que tal sueño todavía puede materializarse. El tiempo dirá.

traducido por Hatzad Hasheni


04/10/2017 en POR ISRAEL





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