domingo, 28 de julio de 2019

“Es un error politizar a un Israel al que hemos desteologizado”

Rubén Gómez aborda en ‘A Jacob amé’ el lugar de Israel en los planes de Dios y la relación con la iglesia a lo largo de la historia.

Rubén Gómez, autor de A Jacob amé, en su despacho en Sevilla. / Fb Rubén Gómez 

La relación entre Israel y la iglesia es un tema recurrente en el debate teológico, animado de vez en cuando por las noticias que hacen referencia a acontecimientos que tienen al Estado de Israel y sus vecinos como protagonista. 

Tal vez por ello se trata de un tema que despierta pasiones y posiciones variadas, incluso opuestas, dentro del ámbito cristiano. En el caso del pastor Rubén Gómez, reconoce que su intención al escribir ‘A Jacob amé’ es primordialmente pastoral, dado que un buen entendimiento del papel de Israel en la historia -razona- es fundamental para entender mejor al Dios revelado en la Biblia. 


En este libro Gómez aborda temas tan relevantes como las reglas de interpretación de la Biblia, conceptos como elección o pacto, la historia de la iglesia en relación al pueblo de Israel o el antisemitismo

Rubén Gómez ha optado para esta, su segunda obra, por la autopublicación, junto a la edición en digital con una plataforma de software bíblico. Nuevas herramientas para la difusión de ideas que exigen al autor un esfuerzo extra en la promoción, pero que “vale la pena”, explica. 

Pregunta. ¿Cómo surge tu motivación para escribir este libro, sobre un tema no demasiado explorado en la literatura teológica en España? 

Respuesta. Es una preocupación de carácter pastoral. Soy pastor desde hace muchos años, aunque últimamente he estado más dedicado a la literatura, tanto a la escritura como la traducción de libros. Vi una necesidad ante la polarización que hay en este asunto de la relación entre Israel y la iglesia. Hay un grupo en un extremo y otro en el extremo contrario, y surge en mí la inquietud de intentar tender un puente entre tanta polarización, buscando un punto de encuentro, sabiendo que es complicado porque nunca satisfaces a las personas que están en los extremos.


Desde mi etapa en el seminario tenía mucho interés en el Antiguo Testamento, la historia del pueblo de Israel y cómo ésta conectaba con mi historia y la historia de las congregaciones en las que me movía. 

Cuando pude iniciar en 2009 mis viajes a Israel fue tomando cuerpo esta idea de explicarme a mí mismo y a los demás la forma bíblica de considerar la relación de Israel y la iglesia. Ese fue el motivo más inmediato. Veía a personas que enfatizaban la importancia de Israel y le daban todo el protagonismo, y por el otro lado, quienes negaban toda importancia a Israel, diciendo que no tenía ninguna relevancia teológica en la existencia de este pueblo y que la iglesia había reemplazado a Israel, por tanto todas las promesas debían leerse en esta clave. Me parecía que eso era violentar la lectura honesta de las Escrituras. 

Pregunta. Desde el principio del libro entras en el asunto de la elección, que consideras indispensable a la hora de tratar el tema de Israel. 

Respuesta. En los primeros capítulos examino la base bíblica y teológica de la elección de Israel. Bajo mi punto de vista, muchas veces se enfoca este tema desde una perspectiva incorrecta, es decir, partiendo de la escatología. En realidad yo entiendo que debe tomarse desde el punto de vista bíblico y teológico. Los conceptos de ‘elección’ y ‘pacto’ son fundamentales. 

En el primer capítulo defino las bases hermenéuticas que voy a utilizar. Me parece fundamental porque esa es la base para descartar un enfoque escatológico, o por qué es polémico hablar de elección. Y lo es porque solemos considerar la elección desde un punto de vista individual. El individualismo es uno de los problemas que ni siquiera nos damos cuenta que está presente, pero nos dificulta comprender la Biblia. En las Escrituras se suele hablar en términos colectivos. 

La elección es un tema fundamental, pero debemos entenderlo en un sentido colectivo. Cuando Dios llama a Abraham y establece un pacto con él, entra en una relación no solo con él, sino con toda su descendencia. Otro aspecto que nos puede ayudar a entender este concepto de elección es que esta nunca tiene a la elección como fin en sí misma, sino que es un medio a través del que se llega a un objetivo mayor, esto es, el servicio. Cuando Dios llama y elige a una persona o a un pueblo, lo hace para que le sirva. Así entendemos que la elección no es un favoritismo arbitrario, ni una predilección caprichosa, sino la forma que Dios tiene de llevar a cabo su propósito redentor, que nunca está limitado a una persona o a un pueblo, sino que tiene vocación de universalidad. 

Pregunta. Realizas un recorrido histórico sobre cómo la iglesia ha tenido problemas para encajar la interpretación del Antiguo Testamento, alegorizando en muchos casos. ¿Qué forma propones de acercarnos a las Escrituras? 

Respuesta. En el fondo la alegorización es una forma de huir de una realidad que no es la que esperamos. Cuando encontramos unos hechos que nos parecen un tanto contradictorios y paradójicos, buscamos una salida. La más fácil es pensar que no está hablando de Israel o de Abraham, sino de la iglesia. Estos saltos, sin ningún fundamento, son una barbaridad hermenéutica. 

Hay una explicación histórica. Cuando nace la iglesia judeocristiana, a medida que se van incorporando gentiles, estos se dan cuenta que van siendo mayoría. Desde el principio se preguntan: ¿si es el Dios de Israel, como puede ser que haya tan pocos judíos? La respuesta más fácil era decir que Dios había terminado con Israel y que la iglesia es el nuevo Israel. Es una manera de eludir una realidad que no acaba de gustarnos o no acabamos de comprender. 

Lo cierto es que nos cuesta aceptar las paradojas, nos ponen incómodos y procuramos resolverlas. Pero a veces es peor el remedio que la enfermedad. Una interpretación alegórica nos lleva a que la Biblia diga lo que nosotros queremos, y no lo que dice en realidad. Esto abre la puerta a un subjetivismo sin freno, sin control.

En la interpretación del Antiguo Testamento, la iglesia ha caído muchas veces en la alegorización, denuncia Rubén Gómez. / Pixabay 

Pregunta. Mantienes que la circunstancias históricas también van marcando el acercamiento teológico que desde la iglesia se hace a Israel. 

Respuesta. Ya en el siglo I se va apreciando que el judaísmo toma un camino y la iglesia otro distinto. En la carta a Romanos ya se ve que Pablo en la forma de tratar este tema estaba preocupado. Parece estar diciendo a los gentiles: no seáis arrogantes con respecto a los judíos. Así que ya notamos una tensión entre los elementos judíos y gentiles dentro de la iglesia. Este proceso, lógicamente, a partir del siglo II, con Justino Mártir, nos encontramos declaraciones muy contundentes de que el verdadero Israel es la iglesia. Hasta 1945, son casi dos milenios en los que la tensión entre judaísmo y cristianismo no ha hecho más que crecer. El antijudaísmo teológico está en la base de gran parte del antisemitismo que se ha producido a lo largo de la historia. Cuando en 1945 termina la Segunda Guerra Mundial, donde se contempla el exterminio que se ha hecho hacia los judíos, la iglesia se horroriza. Con honrosas excepciones, la iglesia se había mantenido en silencio, siendo cómplice. Así que tenía que cambiar la percepción. Como decía un historiador francés, Jules Isaac, “un cristiano no puede ser antisemita”. Había que repensar la relación entre el cristianismo y el judaísmo. 

Dos años después, en 1947, se convocó una reunión internacional en Seelisberg donde se trató esta cuestión: cómo se podía haber llegado a algo tan horrendo como el Holocausto, y de qué forma la iglesia había participado por activa o por pasiva, y cómo reconducir una relación de cordialidad y hermandad entre judaísmo y cristianismo. 

Pregunta. Hacías mención a los extremos. ¿De qué forma deberíamos prevenirnos ante quienes dentro del ámbito evangélico introducen elementos cúlticos judíos, o incluso dando valor espiritual a elementos como agua u objetos procedentes de Israel? 

Respuesta. Debemos distinguir entre la forma y el contenido. Puede haber formas externas que pueden parecernos mejores o peores, pero si se quedan en la forma, ni añaden ni restan. Otra cosa es lo doctrinal. Cuando se habla de movimientos judaizantes, en el Nuevo Testamento, nos encontramos con personas que decían que la obra de Jesús no era suficiente y era necesario volver a la observancia de la ley mosaica. Cualquier forma que añade a la obra de Jesucristo algo más, es claramente contrario al evangelio. 

En este extremo hay un movimiento amplio que se ha llamado “de las raíces hebreas”. Dentro hay algunos claramente heterodoxos, fuera de la fe histórica del protestantismo, pero otros que tienen solo ciertas prácticas. Lo que sí es cierto es que cuando afrontamos la relación entre Israel y la iglesia, no es en absoluto necesario pretender volver al judaísmo. Cuando Lutero en el XVI hablaba de la cautividad babilónica de la Iglesia, al hablar de Roma, quería quitar los añadidos que con el paso del tiempo habían convertido al cristianismo en otra cosa. 

Así que si hay un genuino deseo de que la fe cristiana se entienda dentro del legado del pueblo judío, es saludable. Nos ayudaría a desprendernos de cosas que hemos ido adquiriendo sin reflexionar, que no tienen nada que ver con el evangelio de Jesús. Así que devolver a las fuentes la fe cristiana me parece necesario, para salir de la cautividad helenística que poco o nada tiene que ver con el cristianismo, por ejemplo al cuestionar un calendario litúrgico que adrede ha querido separarse del hebreo. Si queremos estudiarlo históricamente, veremos que hay un deseo de desvincularse del judaísmo. 

Es verdad que hay movimientos que hacen una exhibición abusiva de elementos judaicos o hebreos. Personalmente considero que para mostrar nuestro aprecio al pueblo judío no es necesario usar banderas de Israel, el talit o la kippá, ni un shofar, o colocar menorás en torno a la mesa o al púlpito, o la estrella de David. No siento necesidad de cuestionar formas que no me parecen oportunas, mientras sean formas. Pero si vamos a lo doctrinal, y se cuestiona la autosuficiencia del sacrificio de Cristo, si añadimos tradiciones de hombres, me da igual si son paganas o judías, me opongo. Eso sí es judaizar. 

Para evitar irse a estos extremos necesitamos meditar a fondo en nuestra fe común, desarrollándose en un mundo gentil. La paradoja de estos movimientos es que prácticamente nadie es judío. Son gentiles que están intentando ser lo que no son. Aquí hay un problema de identidad. Pablo les decía a sus lectores que cada uno como conoció a Jesús, se debe quedar. No debemos pretender convertir al gentil en judío, ni pretender que el judío se convierta en gentil para ser salvo, lo que también es un error.

Algunas iglesias evangélicas introducen elementos judíos en sus cultos, como objetos o indumentaria. / Aleks Megen, Pixabay 

Pregunta. Pasemos al otro extremo, el de aquellos que mantienen la idea de un reemplazo de la iglesia por Israel. ¿Hasta qué punto consideras que es una perspectiva dañina? 

Respuesta. Lo es en tanto en cuanto es renunciar a las raíces que tenemos. Hubo un tiempo en que los cristianos eran judíos. Eran prosélitos, un tipo de judaísmo, el judeocristianismo, los seguidores del camino que luego fueron llamados cristianos. Es decir, gentiles que se convertían a la fe de Jesús. Al principio, lo aceptaban como el mesías de Israel. No tenían dificultad en admitirlo. Debido a tantos años de antijudaísmo teológico y antisemitismo que permea muchas áreas de la sociedad actual, muchos cristianos se han ido al extremo de ignorar el Antiguo Testamento y sus raíces dentro del pueblo hebreo. Ignorar que nuestro mesías es judío, así como los apóstoles. Todo el Nuevo Testamento, con la excepción de Lucas, está escrito por judíos. Jesucristo dijo claramente que vino a buscar y a salvar las ovejas perdidas de Israel, y es con Pablo que se abre la puerta a todo el mundo gentil. Pablo explica el motivo del aparente endurecimiento de Israel y la entrada de los gentiles en el pueblo de Dios: un endurecimiento temporal que acabará. Cuando se cumpla la plenitud de los gentiles, el pueblo de Israel tendrá un avivamiento espiritual que le llevará a reconocer a su mesías. Así que me parece peligroso cuando procuramos “desengancharnos”, como dice el pastor Andy Stanley, del Antiguo Testamento. Si nos desenganchamos del Antiguo Testamento, nos vamos a desenganchar del Nuevo. 

La cuestión clave del libro no es apreciar a Israel o no, sino glorificar y adorar a un Dios soberano que es fiel a sus promesas. El libro no va de Israel y la Iglesia, sino de nuestro Dios soberano y glorioso, que escoge, llama y se hace servir de su pueblo para llevar sus propósitos de salvación para la humanidad. No estamos hablando de idolatrar a un pueblo, o a la iglesia, o cambiar a uno por el otro, sino de presentar al Dios de Israel, de Isaac, de Jacob, y Dios de nuestro señor Jesucristo. 

Pregunta. Israel es un Estado hoy y su situación geopolítica es seguida en el ámbito cristiano. ¿Crees que es importante tener en cuenta la situación del actual Israel? 

Respuesta. Ha llegado un momento en que los cristianos nos hemos dedicado más a hablar de política que de Biblia y teología. Cuando hablamos de Israel, me parece que lo hemos desteologizado y lo hemos politizado. Cuando desnudamos su contexto bíblico y teológico, no entenderemos nada. Y si además lo politizamos, es innegable que nos polaricemos. Lamentablemente los cristianos no nos estamos caracterizando por ser personas educadas, dialogantes y respetuosas a la hora de mantener posiciones sociales o políticas. 

Por otra parte, se nos llena la boca de hablar de la soberanía de Dios, pero lo hacemos refiriéndonos al pasado. Reconocemos cómo el edicto de Ciro permitió que los exiliados volvieran a su tierra. O que Nabucodonosor fue un instrumento en las manos de Dios. Pero cuando pasamos a la historia contemporánea, somos incapaces de discernir a Dios en la historia. A lo largo de toda la revelación, Dios se manifiesta en la historia. Sin ello, no es un Dios relevante. 

El problema es que si politizamos, no podremos tener una visión profética para reconocer la mano de Dios. Yo considero que si Dios utilizó en el pasado al imperio asirio, al imperio babilónico, al persa, a tantos imperios, personas que ni siquiera eran creyentes ni sabían quién era el Señor, ¿cómo no lo va a hacer en el presente? La cuestión es ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién se atreve a decir que no es la Unión Europea, o un gobierno, quien toma las decisiones? ¿Es que acaso Dios no mantiene el control de la historia? ¿Las cosas ocurren porque sí? 

Lo que sí haría es un inciso. Toda la especulación escatológica típica del dispensacionalismo, que nos dice con lujo de detalles cómo será el futuro, me parece escatología-ficción, con mis respetos para aquellos que van en esa línea. Por eso debemos abordar el tema desde una perspectiva inversa, desde un punto de vista histórico, soteriológico, desde la perspectiva de los pactos y del carácter de Dios. 

Esto nos habla de un Dios soberano, fiel, que cuando dice algo lo cumple. Este es el argumento de Pablo en Romanos. Dios no ha desechado a su pueblo porque Él es fiel, y su llamamiento y dones son irrevocables. 

Aquellos que consideran que Dios ya no tiene planes para Israel por su rechazo del mesías, ¿qué ocurre cuando nosotros hacemos algo peor? ¿Es que Dios no va a cumplir lo prometido? La contradicción estaría en el carácter de Dios. Para mí este es el argumento de más importancia. El argumento teológico por excelencia; la fidelidad de un Dios que no se arrepiente de lo que ha dicho y ha hecho. Eso nos da esperanza. 

Si despolitizamos a Israel y lo teologizamos otra vez, probablemente encontremos un punto de equilibrio para ver lo que ocurre hoy de una forma diferente a como lo solemos hacer.

Cada año, miles de cristianos marchan por Israel en torno a la fiesta de los Tabernáculos. / ICEJ 

Pregunta. Has optado por la autoedición. ¿Puedes contarnos un poco cómo ves la labor del escritor en la actualidad, y el uso de las redes sociales en las que eres muy activo? 

Respuesta. Pese a mi edad, o que las personas de mi generación no somos nativos digitales, sí que tenía conocimiento del mundo digital. Mi primera obra fue publicada de forma tradicional, por medio de una editorial. Pero en esta ocasión he optado por hacer una autoedición. También está disponible a través de Software Bíblico Logos y la autoedición a través de Amazon. He tenido diversos motivos, pero uno de ellos es la libertad absoluta a la hora de elegir el formato, la distribución, el precio… Todo eso me parece valioso. 

Hay una gran dificultad, que es la promoción. Sin una editorial detrás es complicado, ya incluso con una editorial es difícil. El autor es quien tiene que hacerse cargo del lanzamiento, pero sobre todo de la promoción. Para mí ha sido más fácil por conocer el medio, pero es difícil porque los medios tradicionales no suelen hacerse eco de este tipo de publicaciones. Hay que reconocer que las publicaciones no siempre tienen la calidad suficiente, al eliminarse los filtros de control. Ahora bien, pagan justos por pecadores. Creo que en el mercado de autores independientes hay obras valiosas que vale la pena dar a conocer. Este libro creo que trata un tema que estará de relevancia en el tiempo, así que espero que tenga un largo recorrido. En conclusión, creo que merece la pena.

El libro ha sido autoeditado y se distribuye por Amazon. / Fb Rubén Gómez 

Por otra parte, en las redes sociales hay tal democratización del conocimiento que las personas se acercan no para preguntar, sino para descalificar, contradecir o rebatir. Esto se lleva deportivamente. El diálogo también es difícil porque tampoco hay filtro. 

Pero las ventajas superan los inconvenientes. Estoy muy agradecido a todos los que me escriben o me preguntan. Creo que el libro, en una lectura sosegada, da para comentar muchos temas. Creo que la bibliografía es completa y es un punto de partida interesante para desarrollar este asunto.


24/07/2019 en PROTESTANTE DIGITAL





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