domingo, 18 de agosto de 2019

El topo de Jerusalén

Pionero de la arqueología bíblica, Charles Warren exploró la base de la explanada de las mezquitas en busca del Templo de Salomón.
JULIO ARRIETA@JulioArrietaSan

Plano de Jerusalén en tiempo de Herodes, trazado por Warren. 

La historia de la arqueología victoriana está repleta de personajes pintorescos, pero solo hay uno del que se puede decir que es famoso por culpa de Jack el Destripador. Aunque hoy es recordado sobre todo por su etapa como jefe de la Policía Metropolitana de Londres, durante la que sucedieron los asesinatos de Whitechapel, Sir Charles Warren (1840-1927) fue uno de los pioneros de la arqueología bíblica y en su historial destacan sus excavaciones debajo de la explanada de las mezquitas de Jerusalén, una zona que estaba -y sigue estando- vedada a los arqueólogos por motivos religiosos y en la que en la Antigüedad se alzó el Templo de Herodes y, antes, el legendario Templo de Salomón.

La vida de Warren hasta su llegada a Jerusalén fue la de uno de tantos militares victorianos. Nacido en Gales, hijo del general de división Charles Warren, estudió en el Colegio Militar Real, en la célebre Academia Militar Real para oficiales de Sandhurst y en la Academia Militar de Woolwich. Entró en el Cuerpo de Ingenieros con el rango de alférez. En 1861 fue destinado a Gibraltar con la misión de topografiar la colonia, labor que llevó a cabo con eficacia y a partir de la cual realizó una detalladísima maqueta que todavía se exhibe en el Museo de Gibraltar. Este trabajo le facilitó el acceso al puesto de instructor de topografía en la Escuela de Ingeniería Militar de Chatham y el ascenso a capitán.

Sus habilidades de topógrafo llamaron la atención de los responsables de la Fundación para la Exploración de Palestina (PEF), institución creada bajo patrocinio de la reina Victoria y por iniciativa de un grupo de arqueólogos, eruditos y clérigos. Sus objetivos declarados eran investigar la arqueología, la geografía, los usos, costumbres y cultura, la geología y la historia natural de Tierra Santa. La asociación, cuyo miembro más destacado era Arthur P. Stanley, deán de Westminster, tenía a gala no ser una entidad religiosa y presumía de aplicar los métodos científicos más rigurosos. Pero la propia reina Victoria dejaba bien claro que estas manifestaciones de asepsia científica eran el complemento racional de un fin más piadoso. El año de su fundación, la reina pedía -es decir, ordenaba- a la PEF que verificara que la historia bíblica era una historia real y que se empeñara en refutar la increencia.

La PEF también perseguía cartografiar la región con fines políticos y militares, por lo que estableció relaciones de colaboración con el Real Cuerpo de Ingenieros. Warren, que además de miembro del mismo era un anglicano devoto, fue escogido para encabezar el primer proyecto importante de la Fundación, la exploración de Jerusalén y sus alrededores, Filistea y el Jordán. Las instrucciones de Warren fueron investigar el sitio del Templo y la línea de fortificaciones de la ciudad antigua de Jerusalén, comprobar la autenticidad del Santo Sepulcro tradicional y descubrir la posición de la fortaleza Antonia y la ciudad de David. La expedición se realizó entre 1867 y 1870.

Warren relató sus trabajos en Jerusalén en varias publicaciones, pero sobre todo en dos libros, 'The Recovery of Jerusalem' (1871, firmado junto a Charles Wilson y Arthur P. Morrison) y 'Underground Jerusalem' (1874). En el primero dedica un capítulo entero a relatar las dificultades que tuvo que afrontar para realizar sus excavaciones, casi todas burocráticas y relacionadas con las caprichosas y caóticas autoridades turcas.

El capitán Warren llega a Jerusalén con una caravana de mulas cargadas con el equipo y acompañado por los cabos Phillips (fotógrafo), Birtles (ascendido a sargento durante la expedición) y Hancock, pero sin el necesario permiso escrito de Constantinopla para excavar. Eso le obliga a lidiar con el gobernador de Jerusalén, su excelencia Izzet Pachá, que le asegura un permiso provisional pero adopta la táctica de dar largas al oficial británico. Warren afronta las vaguedades y la sucesión de amables promesas que nunca acaban de cumplirse con flema victoriana. Pronto descubre que además del gobernador 'civil', hay también un pachá militar, el alcalde de la ciudad y toda una serie interminable de funcionarios menores y 'effendis', todos ellos empeñados en demostrar su autoridad ante los occidentales y a los que hay que agasajar o, directamente, sobornar. A veces a base de botellas de brandy, lo que no deja de asombrar a Warren. Los excavadores de Roma no han tenido tantas dificultades, se lamenta en 'Undergroud Jerusalem', donde también detalla los problemas de fondos de la expedición, provenientes de las donaciones de los suscriptores de la PEF.

Prohibición esquivada

Warren obtiene por fin una especie de permiso parcial que le permite trabajar en la ciudad pero con la prohibición expresa de excavar en Al-Haram ash-Sharif, 'el noble santuario', la explanada de las mezquitas, que es precisamente su objetivo principal. El pachá nos prohibió estrictamente que trabajáramos a menos de 40 pies de los muros (de la explanada), explica el militar, por lo que decide hacer trampa. El pachá ignoraba nuestras habilidades mineras. Mi objetivo era abrir pozos a la distancia mínima y después abrir minas hacia el interior de la plataforma y explorar la base de la misma. Cuando por fin llega el 'firman' o permiso de Estambul, incluye las mismas restricciones que el del pachá, así que Warren trabajará con el mismo sistema hasta el final de la expedición.

La arqueología científica no llegaría a la región hasta 1890 de la mano de Flinders Petrie, por lo que la excavación de Warren no seguía un método propiamente arqueológico. Como él mismo explica, el sistema adoptado en las excavaciones de Jerusalén era el que se usa habitualmente en la minería militar. () El trabajo era considerablemente peligroso. Consistía en abrir pozos de decenas de metros de profundidad y excavar galerías horizontales de exploración a diferentes niveles. Los exploradores se abrían paso con piquetas, palancas, barrenas y palas. Solo recurrieron a la pólvora cuando trabajábamos lejos de edificios y para eliminar grandes rocas que impedían el paso. Warren se convirtió pronto en un personaje curioso para los habitantes de Jerusalén, que empezarón a llamarle 'el topo' porque siempre se le veía entrando o saliendo de algún agujero en el suelo.

Tanto los pozos como los pasajes eran muy estrechos e inestables, y los derrumbes fueron frecuentes. Sin embargo, Warren y su equipo gozaron de muchos golpes de suerte y una extraordinaria inmunidad a los accidentes. Todos los hundimientos se dieron en galerías vacías. Solo en una ocasión un trabajador local quedó sepultado, pero pudo ser rescatado vivo.

Los pachás y 'effendis' no son los únicos difíciles de tratar. Warren, que no deja de ser un caballero victoriano cargado de prejuicios, no entiende el carácter de los trabajadores locales, que en realidad son de procedencias muy diversas: hay palestinos, turcos, nubios... Resuelve mezclarlos en los grupos de trabajo, en vez de mantenerlos separados por procedencias, porque así se evitan las peleas y enfrentamientos entre bandos. Un día decide aumentar el salario a los obreros más aplicados, lo que provoca una protesta general. 'Alá ha creado a unos hombres más fuertes que a otros', por lo tanto todos deben ser pagados por igual, le dicen. El encargado de organizar a los trabajadores es el sargento Henry Birtles, magnífico personaje que parece sacado de un relato de Kipling y para el que Warren solo tiene palabras de admiración y amistad.

Birtles protagoniza el incidente más delicado de la expedición. Un día, en ausencia del capitán y sin que se llegue a saber muy bien por qué, un oficial turco se presenta con un grupo de soldados en la excavación con la inención de detener los trabajos. Birtles se opone y el turco detiene a los trabajadores locales. El sargento le hace frente y responde que solo permitirá que se lleven a sus hombres si él mismo es arrestado con ellos. Lejos de arredrarse, el otomano lo apresa, desencadenando lo que pudo haber sido un conflicto diplomático. Cuando Warren se entera, se presenta en casa del pachá. Éste ni siquiera le ofrece asiento e intenta darle largas mientras ordena liberar al sargento, pero el capitán se sienta en la silla más próxima y dice que no piensa moverse hasta que el asunto se resuelva de una forma satisfactoria, lo que debe incluir una disculpa por escrito para Birtles. El pachá, que sabe que el problema es serio y que su subordinado se ha excedido, intenta primero ignorar y luego aplacar a su irritado visitante. Por fin, tras horas de conversaciones y varias chibouks -pipas- fumadas, el gobernador propone encarcelar a su subordinado para satisfacer al oficial británico. Pero Warren responde que los asuntos internos de los turcos no le interesan y que lo que quiere es la carta de desagravio para Birtles. El pachá cede, pero tardará días en redactar el documento. El sargento Birtles actuó admirablemente en este asunto, escribe Warren.

Tras el incidente, Warren empieza a tener problemas de nuevo. Otro 'effendi' quiere detener los trabajos argumentando que los británicos están minando a través de sepulturas musulmanas. Para limar asperezas, Warren invita al pachá a su casa, pues nunca había venido a verme. Tras mucho insistir, accedió. Al llegar a mi casa vio una máquina de coser y se mostró encantado con ella. El gobernador turco nunca había visto una. Warren no se lo piensa dos veces, se sienta a la máquina y cose un trozo de vestido. El pachá se marcha encantado con su regalo, con intención de presentarlo en su harén. Warren no volverá a tener dificultades durante semanas.

Su sistema de excavación 'arqueológico-minero' permitió a Warren y su equipo explorar la plataforma de la explanada. Estudió sus muros -incluido el célebre de las Lamentaciones-, cisternas, cámaras interiores -como los llamados 'establos de Salomón'- y antiguas puertas y accesos. El militar pudo trazar un perfil del monte Moria, el promontorio sobre el que se asienta la estructura, tal como lo debió de ver el rey David, y propuso una localización para los templos de Herodes y de Salomón, cuyo 'sancta sanctorum' situó al sureste del emplazamiento de la Cúpula de la Roca, que es donde tradicionalmente solía -y suele- ser ubicado. Los numerosos y detallados planos y cortes que dibujó siguen siendo útiles para los investigadores actuales.

En 1870 Warren recibía una orden de Constantinopla que prohibía todo tipo de excavación en Jerusalén. Este nuevo documento puso fin a la expedición. El capitán regresó a Londres y reemprendió su carrera militar. Sirvió en Sudáfrica, donde alcanzó el rango de teniente coronel, y de nuevo en Inglaterra, hasta que en 1882 se le encargó la búsqueda de la expedición arqueológica perdida de Edward Henry Palmer, que había desaparecido en el Sinaí. Warren descubrió que los expedicionarios habían sido asesinados y capturó a los asesinos. Esta hazaña le supuso ser nombrado caballero comandante de San Miguel y San Jorge, entre otros reconocimientos. Además, fue admitido como miembro de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural (la Royal Society).

Frente a Jack el Destripador

Ya con el rango de general de división, en 1884 fue destinado a Bechuanalandia, la actual Botsuana, pero al año siguiente tuvo que regresar a Londres para presentarse a las elecciones al Parlamento como candidato liberal independiente. En 1886 Warren pasó a desempeñar el cargo por el que más se le recuerda ahora y que le dio algunos de los mayores disgustos de su carrera, el de jefe comisionado de la Policía Metropolitana. Warren tuvo problemas desde el principio: liberal convencido, se llevaba mal con sus superiores conservadores. Con sus subordinados tampoco tuvo buenas relaciones, pues no soportaban el tono militar de su gestión y lo consideraban demasiado autoritario. Además, su mandato coincidió con una época muy convulsa. Reprimió con dureza las manifestaciones obreras, lo que le valió críticas muy severas de la prensa. Pero lo peor comenzó el viernes 30 de agosto de 1888, el día en el que apareció el cadáver de Mary Ann Nichols, la primera de las cinco víctimas de Jack el Destripador. Warren no supo manejar el caso, la prensa lo vapuleó y dimitió el 9 de noviembre de 1888, curiosamente el mismo día en que fue hallado el cadáver de Mary Jane Kelly, la última víctima del famoso asesino.

Se ha especulado mucho sobre la actuación de Warren en el asunto del Destripador y los autores 'ripperólogos' partidarios de la teoría del complot han llegado a afirmar que el militar obstaculizó la investigación a propósito, con el fin de proteger una trama que implicaría a la familiar real, el médico de la reina y los masones. Es cierto que Warren fue masón, y particularmente activo, pero su labor masónica estuvo relacionada con la arqueología y la historia, y no con orquestar o encubrir abracadabrantes crímenes rituales. Charles Warren fue uno de los fundadores del Instituto Arqueológico Masónico, una entidad insólita que agrupaba exclusivamente a masones arqueólogos de la que también formó parte el cuarto conde de Carnarvon, padre del codescubridor de la tumba de Tutankhamon. Este Instituto sirvió de base para fundar en 1884 la Quatuor Coronati Lodge nº 2076, logia dedicada a la investigación de la historia de la masonería. Warren fue uno de sus nueve fundadores y su primer venerable maestro, aunque solo pudo asistir a tres reuniones durante su veneratura a causa de sus misiones militares.

El ya teniente general Warren pasó a la reserva en 1898, después de servir en Singapur, pero tuvo que regresar al servicio activo en 1899 para combatir en Sudáfrica, en la Segunda Guerra Boer, como general al mando de la 5ª División de Sudáfrica. Su nada brillante actuación fue muy criticada y regresó a Inglaterra en 1900. Una vez retirado, se dedicó a escribir y a colaborar con su amigo Robert Baden-Powell en la fundación del movimiento Scout.


18/10/2013 en EL CORREO





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