Atenas lidera la protesta regional contra la presencia militar de Ankara en Libia. Las inmensas reservas de gas natural en la zona son la clave.
El ministro de Exteriores griego, Nikos Dendias, llega el 22 de diciembre al aeropuerto de Bengasi. ABDULLAH DOMA (AFP)
MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO
“La potencia que controla el Mediterráneo domina tres continentes: Europa, África y Asia”. La cita corresponde a un artículo reciente de la agencia estatal de noticias turca Anadolu que citan estos días incriminatoriamente los medios de comunicación griegos, en alusión al nuevo alarde de Ankara en el patio de vecinos del Mediterráneo oriental, esa esquina del Mare Nostrum donde se dan cita inquinas milenarias, las tres religiones del libro y, lo más importante, reservas de gas natural por valor de 700.000 millones de dólares, según US Geological Survey.
Así que, tras su intervención en Siria, el último movimiento de Ankara —el envío de tropas a Libia, tras firmar en noviembre con el Gobierno legítimo de Trípoli acuerdos de cooperación militar y marítima— más parece una añagaza, cuando no un órdago a la grande, para sacar partido del inmenso pastel del gas. Un “reparto equitativo” de los recursos, en definición de Ankara; o una muestra más de la “agresiva estrategia” turca, según Atenas.
Del resto de países implicados —Chipre, Egipto e Israel—, la voz cantante de la protesta la lleva Atenas, donde el 2 de enero está prevista la firma del acuerdo del gasoducto EastMed, un proyecto conjunto con Chipre e Israel presupuestado en 8.000 millones de dólares. Dos días después, los ministros de Exteriores de Chipre, Egipto y Grecia celebrarán una trilateral a la que se sumará su homólogo francés. ¿Qué tiene que ver tanto movimiento diplomático con Turquía y sus veleidades neotomanas en el norte de África? Pues que el acuerdo marítimo que suscribió con Libia en noviembre yugulará —si entra en vigor— el recorrido del gasoducto, además de rozar las aguas jurisdiccionales griegas (al sur de Creta) y orillar las de Chipre.
La zona económica exclusiva que contempla el pacto turco-libio es un amplio haz que se despliega en diagonal, del suroeste de Turquía hasta el noreste de Libia. Para Grecia y Chipre —cuyo tercio septentrional fue ocupado en 1974 por Turquía, provocando una división de la isla que aún se mantiene—, el pacto viola el derecho marítimo internacional. Egipto e Israel también han criticado el proyecto, que consideran “ilegal y no vinculante” y que además “pone en peligro la paz y la estabilidad en la región”. Geográficamente, más cerca de Libia que Turquía está la isla de Creta, en cuya costa meridional se captan con cierta facilidad emisoras de radio libias.
De los países aludidos, solo Grecia y Chipre pertenecen a la UE, que en el último Consejo Europeo mostró su “inequívoco apoyo” a ambos. Pero además Grecia y Turquía son socios de la OTAN, a cuya cumbre de Londres, conmemorativa del 70º aniversario de su creación, Atenas elevó sus quejas. La respuesta oficial, aun sotto voce, de la Alianza fue que no media en asuntos bilaterales. Cabe recordar que Turquía es el segundo Ejército de la OTAN en efectivos tras el de EE UU, pero también que la Alianza tiene una base naval en Souda (Creta) y que desarrolla desde hace meses una proactiva política en el flanco oriental de Europa, Mediterráneo incluido.
Tras el anuncio del pacto marítimo turco-libio, un bombazo en términos diplomáticos, Atenas expulsó al embajador del Gobierno de Unidad Nacional (GNU, en sus siglas inglesas, el único reconocido por la comunidad internacional) e incrementó sus contactos con el mariscal rebelde Jalifa Hafter, cuyas tropas avanzan sobre Trípoli y a las que el despliegue turco pretende frenar. El ministro de Exteriores griego, Nikos Dendias, se reunió el domingo en Bengasi con Hafter, con quien analizó los “infundados memorandos” de Ankara y Trípoli, y posteriormente viajó a Egipto y Chipre.
Atenas se ha trabajado a conciencia su presencia en la región desde el Gobierno de Alexis Tsipras, con periódicas cumbres trilaterales (con Chipre y Egipto, o con Chipre e Israel) por mor de los intereses energéticos comunes. Ello valió a Syriza duras críticas por su repentina cercanía a un autócrata como el egipcio Abdelfatá al Sisi, y a Israel pese a su compromiso electoral previo con los palestinos.
Para Andreas Teofanus, profesor de la Universidad de Nicosia y director del Centro Chipriota de Estudios Internacionales, los últimos movimientos de Turquía en el Mediterráneo oriental —la incorporación de drones a las labores de prospección de sus barcos en torno a Chipre es otro ejemplo— son una muestra más de lo que denomina gunboat diplomacy, o diplomacia de cañonero, la que se ejerce mediante la amenaza o el uso de fuerza. “[El presidente turco, Recep Tayyip] Erdogan está convencido de que, haga lo que haga, no cambiará en exceso la postura de la comunidad internacional. Y esta es una cuestión que interpela aún más a las potencias regionales, porque Ankara pretende controlar el Mediterráneo oriental, pero también el margen de maniobra de EE UU” en la zona. La guerra de Siria, que también se asoma al Mediterráneo oriental, es un inquietante precedente, igual que el contencioso de Chipre, recuerda.
El resquemor viene de lejos. Tan complicada es la relación de Grecia con Turquía que la clase política y todos los medios de comunicación sin excepción, al margen de su filiación ideológica, se refieren a la capital económica del país vecino como Constantinopla en vez de Estambul, aunque aquella cayera en manos otomanas en 1453. Allí viajó el martes Dendias, para visitar el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y reunirse luego con el alcalde de Estambul, el socialdemócrata Ekrem Imamoglu, no precisamente afín a Erdogan. Porque incluso en un lugar tan contradictorio como el veleidoso Oriente tiene vigencia aquel adagio que dice que los enemigos de mis enemigos son siempre mis amigos.
27/12/2019 en EL PAÍS
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