domingo, 12 de abril de 2020

Masada, atalaya trágica sobre el mar Muerto

El enclave situado a unos 500 metros de altitud, en el desierto de Judea, tiene mucha importancia en la historia hebrea.
SERGI RAMIS 

Camino de la Serpiente en Masada para llegar a las ruinas (vblinov / Getty Images/iStockphoto)

A casi 500 metros de altitud, desde el balconcito del mirador de Masada se obtiene una vastísima panorámica del mar Muerto , el sur de Palestina y el centro de Jordania. Contrastando con el intenso azul de las aguas, el color terroso de un paisaje cercano que parece desprovisto de vegetación.

Masada es como un cilindro al que le hubieran pegado un machetazo transversal. La montaña tiene en su cima un llano en el que se apiñan restos arqueológicos. Y es que, para la cultura hebrea, este enclave es uno de los más significativos de su historia. Aquí, casi un millar de resistentes al asedio de las tropas romanas prefirieron inmolarse antes que rendirse. Era el año 73 de nuestra era y el resultado de un largo asedio de más de dos años desembocó en una trágica solución.

Vista aérea de los restos de Masada (JMWScout / Getty Images)

Los viajeros que alcanzan la cumbre de Masada tienen tres posibilidades de acceder a ese histórico lugar: caminando durante una hora por el camino de la Serpiente, un sendero en zigzag que propone una hora de esfuerzo, siempre con viento y generalmente con temperaturas elevadas; a bordo del vertiginoso telecabina que salva el desnivel y permite observar perfectamente cómo se organizó el asedio romano; o en coche, el menos “heroico” de los trayectos.

En el recinto arqueológico quedan restos de varios de los palacios, de las dos murallas que cercaban la cumbre, de viviendas, cisternas, talleres, mikves (lugares de baño ritual), almacenes y fosos. Un resumen, en fin, de lo que los judíos resistentes a la invasión romana del primer siglo después de Cristo necesitaron para aguantar un asedio largo.

El teleférico y abajo, el Camino de la Serpiente (zepperwing / Getty Images/iStockphoto)

Pero la montaña era tan inexpugnable que los romanos debieron cortarla lateralmente, generar una plataforma artificial y, sobre ella, construir una máquina de guerra con la que asaltar el reducto. Al final, los judíos prefirieron designar a diez personas que matara a toda la colonia (puesto que el judaísmo prohíbe el suicidio) y que un único sacrificado acabara con la vida de los nueve restantes. Al final, solo uno pecó gravemente, según los estándares hebreos.

A Masada se accede con facilidad en excursiones de un día tanto desde Jerusalén como desde Tel Aviv. Los turistas suelen quedarse atónitos ante el milagro de la naturaleza (una torre de piedra aislada en el desierto de Judea que se erige en atalaya casi invencible), pero sobre todo por la historia que le acompaña: la de la perseverancia de los romanos, que innovaron hasta lo inimaginable para ganar el lugar; y de los judíos que habían huido de la destrucción del segundo templo de Jerusalén y de las represalias de la primera guerra judeoromana y prefirieron quitarse la vida a rendirse.

Para la cultura hebrea, este enclave es uno de los más
 significativos de su historia.

Son muy pocos los visitantes que optan por el camino de la Serpiente, tentados por la comodidad del teleférico. Pero el sendero es el que mejor ofrece las proporciones de lo sucedido allí: de la magnificencia de la montaña y del premio que supone alcanzar la meseta superior para ver el mar Muerto prácticamente en toda su extensión cuando la calima en suspensión permite un día con buena visibilidad.

A los pies de Masada, veinte kilómetros al norte, se halla el oasis de Ein Guedi, protegido con la calificación de Reserva Nacional. Allí, los riachuelos saltan por inesperadas cascadas en el Wadi David, hay una decena de senderos señalizados y la vegetación se torna en abundante hasta el punto de atraer a íbex, lobos, zorros y otros animales casi imposibles de ver en el desierto de Judea, como el leopardo.

El oasis de Ein Guedi, a 20km de Masada (vblinov / Getty Images/iStockphoto)


06/04/2020 en LA VANGUARDIA





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