Llevamos años, años, insistiendo en que el Líbano es un estado fallido que ha caído preso de una organización, terrorista, salvaje y sin escrúpulos, como es Hezbolá. Llevamos años, advirtiendo de que el país de los cedros y su población del Líbano no son más que instrumentos que el régimen islamista de Irán, los amos de Hezbolá, utilizan a su antojo como parapeto y moneda de cambio. Hemos advertido hasta la saciedad de que la labor de FINUL, cuyo mandato era desarmar a las milicias libanesas, en particular a Hezbolá, se ha convertido en una trágica farsa.
Hezbolá lleva provocando, hostigando, atacando indiscriminadamente desde octubre a Israel con el lanzamiento de más de 8.000 misiles. Repetimos: 8.000 misiles desde un estado vecino, teóricamente soberano. Sin que haya mediado provocación alguna. No hay entre Israel y Líbano disputas territoriales, ni ocupación, ni ninguna de las habituales patrañas y excusas que usan los amigos de los terroristas para justificar el terrorismo palestino.
Y, aun así, la comunidad internacional ha consentido esta agresión, aceptando la guerra sin declaración formal que, unilateralmente y por agentes interpuestos, Irán ejecuta contra el Estado Judío. Ni una condena, ni una advertencia, ni una severa reprimenda. Ninguna medida contra los agresores iraníes y libaneses.