Hasta la semana pasada, parecía que a pesar de su constante agitación y convulsión geopolítica, el Oriente Medio todavía tenía algunas anclas de estabilidad, entre ellas Israel, los emiratos del Golfo Pérsico, e inclusive Turquía. Pero incluso con las tácticas de hombre fuerte ejercidas por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, para consolidar su gobierno; el intento de golpe militar del viernes pasado fue completamente inesperado.
Se creía que el ejército turco se había retirado de la esfera política y había jurado proteger el carácter secular y occidental del país. El ejército, pensamos, no era parte del cuerpo político de Turquía.
Estas evaluaciones estaban equivocadas. La semana pasada, el mundo supo que algunas fuerzas en el ejército turco no habían perdido la esperanza. Pero sin el apoyo del jefe del Estado Mayor y los generales, esas fuerzas resultaron ser demasiado débiles como para sacar a Erdogan del poder. Subestimaron el apoyo del público hacia el presidente, y su golpe de Estado fracasó, desvaneciéndose en la historia sin dejar demasiadas huellas.
Lo más probable es que las preguntas triviales que se prestan a esta situación -¿por qué los expertos fueron tomados por sorpresa, cómo se puede explicar el fracaso de la inteligencia turca, y donde estaban los sentidos de Erdogan como líder, ya que debe haber sido consciente de la desaprobación que sus políticas evocan entre muchos en el público y en el ejército?- nunca sean contestadas.
Esto, por supuesto, sólo estimulará la teoría de la conspiración que sugiere que Erdogan orquestó el golpe como una excusa para purgar el ejército de aquellos que se le oponen. Pero aprendí hace mucho tiempo que si hay que elegir entre la conspiración, la estupidez y la falta de aptitud, éstas dos últimas son mucho más probablemente la explicación, simplemente porque son más comunes. Una conspiración es siempre el escenario menos probable, incluso en el caso de Turquía.
Con el golpe sofocado, Erdogan tiene un dominio mucho más firme del poder en Turquía. Desde una perspectiva histórica, esto es importante, porque parece que el Islam ha sido capaz de socavar la revolución secular en Turquía en menos de un siglo, y tal vez incluso erradicarla por completo. Parece que, contrariamente a la creencia popular, las bases seculares establecidas por Mustafa Kemal Ataturk cuando fundó la Turquía moderna sobre los restos del Imperio Otomano no se enraizaron lo suficientemente profundo.
Si bien es demasiado pronto para especular sobre las implicaciones y ramificaciones del fallido golpe de estado y lo que pueden significar para Turquía; el levantamiento fue más probablemente el canto del cisne del proyecto secular de Ataturk, sobre todo porque gran parte de los militares parecen estar dispuestos a aceptar el camino en el que Erdogan ha colocado a Turquía. Cada vez es más evidente que la semana pasada fue la última oportunidad de los militares para oponerse a ello.
La legitimidad del presidente turco se vio fortalecida por el fallido golpe de Estado, y él no pierde el tiempo en la eliminación de lo que queda de la oposición en la esfera política, el poder judicial, y el ejército -el último organismo que tenía algún poder real sobre él-.
Las elecciones generales de 2015 en Turquía no lograron alcanzar la mayoría aplastante que Erdogan necesitaba para cambiar ininterrumpidamente la constitución del país, y la mitad de la población se opone a sus políticas islamistas. Sin embargo, incluso los que no están de acuerdo con las políticas de Erdogan lo prefieren antes que a una dictadura militar.
¿Ignorará simplemente Erdogan a la mitad de los turcos, o aprenderá la lección de los acontecimientos de la semana pasada y moderará sus medidas? La historia indica que lo más probable es que promueva una "dictadura electa" con matices islámicos más estrictos, y Turquía se volverá menos democrática y menos tolerante.
Estos cambios tendrán efectos regionales: Turquía es un país clave en el mundo suní, y la realización de sus sueños otomanos a través de una dictadura religiosa, sin duda, radicalizará aún más el Oriente Medio.
EEUU fuera, Rusia dentro Turquía es una prueba más de que las elecciones democráticas no garantizan la democracia, y sin duda no garantizan la existencia de una sociedad abierta y una prensa libre capaz de expresar puntos de vista plurales.
La cuestión de cuán realmente democrática es ahora Turquía molestará aún más a los occidentales que toman las decisiones. Reconocer que Turquía no es una democracia, será difícil para muchos países, que han llegado a ver al partido AKP de Erdogan como una alternativa democrática al Islam político radical. En aquel momento, la Casa Blanca fijaba el tono de ese mensaje al mundo musulmán, y ahora tendrá que reevaluar la situación.
Hay una buena probabilidad de que las medidas adoptadas por Erdogan tras el golpe fallido, incluyendo las detenciones en masa y la declaración de que tiene la intención de restablecer la pena capital, retrasarán -si no prevendrán por completo- la integración de Turquía en la Unión Europea. Es cierto que las posibilidades de Turquía de concretar su propuesta de adhesión han sido siempre escasas, pero si el ofrecimiento es suspendido oficialmente, sacarían muchos viejos-nuevos temas a relucir a la superficie.
Por ejemplo, no está claro si Erdogan seguirá ayudando a la UE en el control del flujo de refugiados que tratan de entrar a Europa. De la misma manera, no es claro si Turquía, con la segunda fuerza militar más grande de la OTAN después del ejército de EE.UU., seguirá siendo un miembro clave del Tratado del Atlántico Norte. Tampoco está claro cómo afectará a las relaciones entre ambos países la negativa de Washington a extraditar al exiliado clérigo musulmán Fethullah Gülen, a quien Erdogan culpa por el intento de levantamiento.
En este sentido, la reconciliación de Erdogan con el presidente ruso Vladimir Putin no podía haber llegado en un mejor momento, en tanto que se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el líder turco pronto ponderará la cuestión de lo mucho que quiere ser dependiente de EE.UU. como su principal proveedor de armas.
La nueva administración de EE.UU. será seguramente cautelosa de la "nueva" Turquía, y por lo tanto volverá a evaluar si sigue siendo el socio ideal para recibir el sigiloso avión de combate F-35 de última generación. En esencia, queda por verse si el hecho de que Turquía se está convirtiendo en una dictadura islámica costará un precio en EE.UU.
Más allá de los lazos económicos, comerciales, de turismo, la importancia de Rusia para Turquía se encuentra en la participación kurda en la furiosa guerra civil en la vecina Siria. Cuanto más se enfríen las relaciones de Ankara con Washington; más fácil será para Erdogan convencer a Putin a no comprometerse a ayudar el esfuerzo kurdo por la independencia.
Es probable que Rusia aproveche eso para conseguir el apoyo turco a una solución en Siria amigable para Moscú, asumiendo que Erdogan estaría abierto a esa posibilidad. El resultado final vería a Turquía reduciendo su ayuda a los rebeldes en Siria, aumentando así las posibilidades del presidente Bashar Assad de permanecer en el poder.
Otra cuestión clave sigue siendo el compromiso de Turquía en la guerra contra el grupo Estado Islámico. Este interrogante fue puesto de relieve el sábado pasado cuando, como parte de sus esfuerzos para aplastar el levantamiento, Ankara bloqueó el acceso a la base aérea sureña de Incirlik, utilizada por la OTAN y la coalición liderada por EE.UU. en la lucha contra el Estado Islámico. El acceso a la base aérea ya se ha rehabilitado, pero la posibilidad de futuras restricciones, temporales o permanentes, permanecen, y oscurecen el futuro de la guerra de Occidente contra el grupo terrorista jihadista.
Hay que recordar que Erdogan está tratando actualmente no solamente con las secuelas del golpe de estado fallido, sino también con el aumento en los ataques terroristas, derivados del deterioro de las relaciones del régimen con los kurdos –en su mayoría ciudadanos turcos- por un lado, y el despedazamiento de sus entendimientos con el Estado Islámico, por el otro lado. Los eventos del pasado del fin de semana han dejado al ejército turco tambaleando, y en este punto es difícil predecir su impacto en su capacidad para contrarrestar estas amenazas.
En lo que se refiere a Israel, la nueva situación en Turquía exige vigilancia. Israel no puede ser visto como tomando partido en un conflicto interno de Turquía, y debe procurar la culminación del acuerdo de reconciliación firmado entre ambas naciones en junio. Esto debe hacerse con la debida discreción, ya que el proceso implica a un líder turco que se vuelve progresivamente menos popular a nivel internacional debido a sus políticas.
Mientras que la situación interna de Turquía no debe obstaculizar los asuntos discutidos entre Ankara y Jerusalén; Israel no puede darse el lujo de ser percibido como una nación dispuesta a renunciar a los principios que comparte con el mundo libre, a donde pertenece.
Fuente: israelhayom.com
25/07/2016 en AURORA DIGITAL.
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