«Viajeros en el Tercer Reich» muestra cómo veían el régimen de Adolf Hitler los extranjeros que visitaron el país antes (y durante) la Segunda Guerra Mundial.
Durante el verano de 1936 nada parecía indicar que el ambiente en la Alemania nazi se fuera a enrarecer tanto como sí lo haría tres años después. No había indicios de guerra, la capital se preparaba para acoger los Juegos Olímpicos y el Partido Nacionalsocialista (artífice de la conquista de la zona desmilitarizada de Renania en marzo) había recibido el apoyo masivo de los ciudadanos. Aunque es muy probable que Alice y su marido no pensaran en ello mientras viajaban por el país para celebrar su luna de miel. Para ellos era un hecho.
Al llegar a Frankfurt, sin embargo, la realidad les golpeó cuando una mujer detuvo su coche, en el que lucía una pegatina que les acreditaba como extranjeros, y les pidió un favor. Tras hablar a los recién casados de la persecución a los judíos y de las barbaridades perpetradas por Adolf Hitler, les suplicó que se llevaran a su hija a Gran Bretaña. ¿Ustedes qué habrían hecho? Ellos, a pesar de su perplejidad, aceptaron.
El caso de este matrimonio es uno de los muchos que recoge Julia Boyd (investigadora y miembro, entre otras tantas asociaciones, de la Fundación en Memoria de Winston Churchill) en su nueva obra: «Viajeros en el Tercer Reich. El auge del fascismo contado por los viajeros que recorrieron la Alemania nazi» (Ático de los Libros, 2019). Un libro que llega a nuestro país después de obtener varios galardones en Gran Bretaña y Estados Unidos y que busca (como promete su subtítulo) dibujar una nueva perspectiva de la nación que estaba bajo las riendas de Adolf Hitler. Aquella que se forma a través de las cartas, los informes y los documentos oficiales de los miles de turistas que la visitaron cuando el águila germana acababa de echar a volar.
-¿Cómo pudo el nazismo engañar a turistas y alemanes?
Porque Hitler era un maestro de la persuasión. Los alemanes le adoraban a pesar de que eran muy críticos con otros líderes nazis. También buscaban claridad tras el desastre de la Primera Guerra Mundial, y él se la dio. Los turistas y los extranjeros, por su parte, se sentían culpables por el Tratado de Versalles y por las condiciones que habían sido impuestas a Alemania. Creer en el Führer les permitió eludir el remordimiento.
-¿No fueron capaces los extranjeros de ver lo que sucedía en Alemania?
Lo primero que hay que tener en cuenta es que había muchos tipos de extranjeros que visitaron Alemania. Turistas, hombres de negocios, periodistas, diplomáticos... Los primeros, principalmente británicos y estadounidenses, habían oído rumores de lo que sucedía en Alemania por los periódicos, pero cuando llegaban se encontraban un país encantador. Quedaban prendados por los hoteles limpios y baratos, la gente, la cultura, los pueblos medievales... Esto hacía que fuera sencillo apartar de su cabeza lo que habían escuchado.
-¿Qué ofrecía el nazismo a los turistas?
Muchísimas cosas. Para empezar, un paisaje montañoso en el que también había playas. Pero además destacaban mucho los pueblos medievales, que contrastaban con los rurales que había en Europa. La sociedad vestía de forma tradicional (algo pintoresco que encantaba a los turistas), la comida era barata y buena, había museos reconocidos a nivel internacional y la cultura era imponente.
-¿Qué habían escuchado de Alemania los turistas?
Al igual que hoy, existían periódicos de izquierdas y de derechas. Unos enfatizaban los aspectos más horribles del nazismo. Otros se concentraban en lo bueno y hablaban del resurgimiento que había experimentado Alemania o de las nuevas estructuras que se habían construido (por ejemplo, las autopistas). Los viajeros, en general, preferían quedarse con la última versión y obviar los rumores de torturas, persecuciones o encarcelamientos sin juicio. Aunque una parte simplemente estaban confusos y no sabían con qué versión quedarse.
Charlie Chaplin disfruta del Museo de Pérgamo en 1931 - Ático de los Libros
-¿Y qué opinaban de Hitler?
Depende. David Lloyd George, primer ministro británico entre 1916 y 1922, envió una carta en la que hablaba de Hitler como el mejor líder que había tenido Alemania desde Federico el Grande. Él visitó el país en 1936; por entonces ya se habían producido quemas de libros y las políticas contra los judíos ya se habían inaugurado. Aún así, este hombre de estado habló del Führer como si fuera Jesucristo.
La aristocracia inglesa, por ejemplo, le veía como un hombre duro capaz de detener el comunismo que, veinte años antes, había llegado a la URSS. Como tenían miedo de que se extendiera, apreciaban sus ideas. Lo cual no es muy diferente a lo que ocurre hoy en Inglaterra, donde hay opiniones muy polarizadas. Además, los británicos veían a los alemanes como sus primos y a los franceses como sus enemigos.
-Los nazis engañaron, incluso, a un activista afroamericano.
Sí. El de W. E. B. Du Bois, académico afroamericano y activista de los derechos civiles, es uno de los casos más curiosos. Adoraba Alemania. Había viajado allí antes de la Gran Guerra y le había causado muy buena impresión. Regresó en la década de los treinta, con los nazis. Lo lógico sería que una persona así tuviera una opinión negativa de Hitler, pero mostró impresiones contradictorias. Detestaba lo que le estaba ocurriendo a los judíos y las barbaridades nazis, pero también admiraba la educación que se impartía en el país o la música de Wagner. Saber que un personaje así estaba confuso explica muchas cosas.
-Afirma en su libro que la Alemania nazi invitaba a los turistas a Dachau...
Sí. Fue abierto meses antes de que Hitler ascendiera al poder en 1933. Invitaban a los turistas a que visitaran este campo de concentración. Les decían que allí estaban reeducando a las peores personas de la sociedad (asesinos, pedófilos...), mientras que en otros países les hubiera fusilado. La propaganda le dio un enfoque positivo. Los viajeros salían impresionados de forma positiva. Pero, a partir de 1935, detuvieron los tours.
-¿Hasta cuándo se extendieron los viajes turísticos a Alemania?
Los turistas fueron a Alemania hasta pocas semanas antes de la Segunda Guerra Mundial. Thomas Cook, la agencia que acaba de quebrar, organizó viajes allí hasta el mismo 1939. Había empezado a hacer publicidad sobre Alemania en 1925 y su primer destino fue a Oberammergau por sus importancia religiosa. Entre las dos contiendas siguió siendo muy popular porque estaba intacta, los pueblos no habían sido destruidos.
-¿Fueron los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín durante 1936 una forma de engañar a Europa?
Si. Durante los JJ.OO. Los alemanes estaban desesperados por conseguir el apoyo de estadounidenses y británicos. Supusieron una oportunidad para mostrarse como un régimen bondadoso que solo buscaba la paz. La propaganda transmitió ese mensaje de forma muy efectiva. Se eliminaron los carteles antisemitas, adoctrinaron a los estudiantes para que cambiaran su discurso frente a los extranjeros... Muchos turistas y atletas se marcharon convencidos de que lo habían leído en la prensa era mentira. Las Olimpiadas fueron un vehículo para que los alemanes engañasen al mundo.
-¿Ayudó el dinero del turismo a sufragar la Segunda Guerra Mundial?
En efecto. Ayudó mucho. Fueron unos ingresos muy importantes. Hitler estaba rearmando Alemania en secreto y el dinero que recibía lo reinvertía en ello. Los ingresos del turismo extranjero tuvieron una importancia vital.
-¿Qué sucedió con los turistas en la Segunda Guerra Mundial?
Siguieron visitando Alemania, aunque el número descendió de forma drástica después de la Noche de los Cristales Rotos. La destrucción de las tiendas judías aquella noche hizo que Gran Bretaña y Estados Unidos se dieran cuenta de la realidad. A demás, a mediados de la década de los treinta se prohibieron als visitas a los campos de concentración porque ya resultaba casi imposible esconder lo que sucedía en su interior.
27/09/2019 en ABC
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