El tímido retorno del turismo a Siria, ¿voyerismo de guerra?
Visita los bares cool del centro histórico de Damasco, compra un par de suvenires de Assad y relájate en un hammam. Así promociona la agencia Young Pioneer Tours su viaje a Siria, país sumido en el octavo año de un conflicto que ha segado 500.000 vidas.
El mánager de esta agencia, John McGovern, explica que sus clientes «buscan algo nuevo y diferente». En agosto enviaron a los primeros turistas, entre ellos varios españoles. En su web promocionan la visita a Palmira como una ciudad «envuelta en un mar de destrucción». McGovern reconoce que se les podría tildar de «turismo de guerra», pero dice que aunque visiten lugares destruidos por la guerra «también nos concentramos en las interacciones con los locales que están intentando reconstruir sus vidas».
El retorno del turismo a Siria es tímido. Solo un puñado de agencias internacionales ofrecen tours en un país al que la mayoría de gobiernos desaconseja viajar. Estas operadoras gestionan la visa y la acreditación de seguridad. El turista normalmente vuela a Beirut (Líbano), coge un taxi a Damasco y visita las ciudades bajo control del régimen: Homs, Alepo, Palmira, Latakia o Tartús.
¿Es ético visitar el país?
El italiano Gianluca Pardelli, fundador de Soviet Tours, ha llevado a 120 turistas a Siria desde el 2017. Entre sus clientes distingue a los historiadores o arqueólogos que están realmente interesados en Siria de los que «lo toman como un desafío, que van porque es algo raro y en el límite».
Pardelli reconoce que algunos de sus clientes pueden estar atraídos por el turismo de guerra, pero dice que «quedarán decepcionados, porque no vamos al frente, sino a mercados y monumentos, con la gente normal», explica. Considera que el turismo supone una inyección económica para guías locales, propietarios de restaurantes y hoteles.
Pero parece de dudosa ética visitar un país al que muchos de los 1,5 millones de refugiados sirios no pueden volver, y en el que 14.000 personas han muerto en las prisiones del régimen de Assad. «Siguiendo esa moral no podrías visitar la mitad de los países del mundo porque violan derechos humanos, solo podríamos ir a Noruega o Suecia, países que son perfectos», se defiende Pardelli. En esta línea, McGovern explica: «Somos políticamente neutrales, el turismo es una forma de intercambio, y excluir a cierta gente es excluirles del resto del mundo».
La siria Sawssan Joumaa recuerda los buenos tiempos, cuando los turistas abarrotaban la Gran Mezquita de los Omeyas en Damasco. Según la Organización Mundial del Turismo, en el 2010 Siria recibió 8,5 millones de turistas, desde entonces no hay cifras oficiales.
Blogueros y medios
Joumaa, directora de la agencia Anat Tours and Travels, cerca de Damasco, cuenta que desde el 2017 ha recibido a 100 turistas occidentales, entre ellos diez españoles. Muchos son historiadores, pero «también hay curiosos que quieren ver cómo está Siria después de la guerra y cómo escapamos del conflicto». Preguntada sobre los niveles de destrucción, Joumaa responde: «Ven y verás, no está tan destruido como imaginas».
La bloguera polaca Eva Zu Beck visitó Siria en junio. En uno de sus vídeos se muestra sorprendida al pasear por Damasco: «Esperaba encontrar un país vacío, pensaba que todo el mundo se había ido, es la imagen que dan los medios». Tras degustar café con cardamomo y helado en el bazar, visita Alepo y se lamenta de la destrucción del patrimonio. Sus vídeos levantaron polémica en Twitter por «ofrecer una imagen rosada de Damasco» y «blanquear los genocidios y el totalitarismo del régimen de Assad».
Estos agentes de turismo y blogueros se refieren al conflicto en pretérito. Pero para los 3 millones de habitantes de Idlib —esta misma semana bombardeados por la aviación siria y rusa— y para los familiares de los 95.000 desaparecidos, la guerra se conjuga en presente, con o sin turistas.
07/10/2019 en LA VOZ DE GALICIA
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