El Papa dice estar afligido por la conversión de Santa Sofía en mezquita, y es una pena que esa aflicción no sea lo bastante grave como para que el acto de Erdogan pueda ser reversible. Si antes nos caía mal, el mandatario turco, ahora nos parece peor, ya que debido a su impotencia en otras áreas exacerba el ya gran abismo que existe entre el Cristianismo y el Islam, que se profundiza con su decisión de disminuir o erradicar la impronta bizantina de Estambul. Un hombre a todas luces tozudo como el que más y sin corazón ni bondad para con quienes no piensan como él. Envuelta en Libia y por supuesto en Siria con resultados desiguales, y aún no del todo unida a la Europa que soñó, Turquía disimula sus problemas internos-con los kurdos, con su economía, con su reducido turismo-apelando a una transformación de género islámico que sin duda gustará a los ignorantes, dejará perplejos a muchos e indiferentes a muchos más.
Pero la naturaleza simbólica del hecho, en momentos en que los cristianos son maltratados en todo el Oriente Medio, es tan indudable como trágica. Occidente está en retirada, su grandiosa huella en distintos lugares del mundo está siendo borrada cuando no negada. Los maltratadores de estatuas de Colón y otros contribuyen a ese borroneo y deformación de la Historia con mayúsculas. La decadencia de las culturas comienza desde su interior y con un gradual debilitamiento de sus valores y creencias. A tal punto que las presiones externas de las culturas jóvenes y hasta bárbaras se encuentran con frutos maduros y pasados que ansían recoger y aprovechar. El poderoso eco que ha tenido y tiene aún el lema black also matters, revela síntomas muy malos para los representantes del cosmos occidental: sus parlamentos, su orden jurídico, sus buenos o malos instrumentos culturales. No estamos ante un incipiente orden que espera sustituir al antiguo sino ante olas , espasmódicas olas de resentimiento. Hay demasiado odio acumulado al que se suma ahora la tristeza y hasta la depresión que provoca la pandemia, de la que hasta hace pocos días creíamos que era controlable y de la que ahora sabemos que es dura de pelar, difícil de combatir, y que el sueño de su erradicación persistirá durante bastante tiempo aún sin descifrarse.
Erdogan es un personaje para un Mozart amante de las marchas orientales, un pequeño déspota sin turbante que, sin embargo, tiene el rigor de los devotos y la intolerancia de los ortodoxos bajo su traje occidental. Sus tambores de guerra suenan bajo aún, pero sería un error pensar que desea formar, de modo inequívoco, parte de nuestra cultura. Desea, y su último gesto lo revela, convertir, disolver, achicar las aguas bautismales al tamaño de aguamaniles pintados en souvenirs de feria y aeropuerto. Ya puede, en consecuencia, el Papa seguir afligiéndose y apenándose. Nada cambiará con el lenguaje de la diplomacia y las buenas intenciones. Aquel que quiera ser respetado deberá, lamentablemente, imponer respeto. La verdad no es suficiente razón para un mentiroso compulsivo como el líder turco. Necesitamos adelantarnos a sus malos propósitos, poner cortafuegos allí donde él esgrime sus antorchas.
14/07/2020 en POR ISRAEL
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