Yerevan retira a su embajador en Tel-Aviv a las dos semanas de abrir la legación.
Un trozo de cohete en medio de una de las calles del centro de Sepanakert, la sufrida capital de Nagorno-Karabakh (STRINGER / Reuters)
El conflicto por el enclave armenio del Alto Karabaj, congelado desde los años noventa, ha estallado de nuevo por la irrupción de los drones del ejército azerí. El cataclismo político es aún mayor porque muchos de estos, singularmente los kamikazes, son de factura israelí.
Esta evidencia ha llevado a la población armenia a poner el grieto en el cielo y a la República de Armenia ha congelar sus recién estrenadas relaciones diplomáticas con Israel. De hecho, Yerevan acababa de abrir su embajada en Tel-Aviv, el pasado 17 de septiembre. Apenas dos semanas más tarde, Armenia ha retirado a su embajador, ante las pruebas de que Israel seguía fletando armamento con rumbo a Azerbaiyán, en mitad de lo que ya es una guerra en toda regla.
Turquía, por su parte, niega estar aportando dirección militar a la “reconquista” azerí, de momento periférica, en la que sus enjambres de drones artillados contribuyen a desbordar las defensas independentistas. También estarían jugando un papel varias brigadas de mercenarios sirios –turcomanos más que árabes- cuya logística estaría en manos turcas. La presencia de yihadistas en un país fronterizo con Irán y con Rusia inquieta sin duda a estos países, envueltos en una partida con Turquía que ya va mucho más allá de Siria.
El conflicto tensa una amplia malla de disputas en la que están involucradas desde potencias regionales a superpotencias.
Así que el Alto Karabaj ha bajado a la arena política de Oriente Medio de un modo algo desconcertante. Ya no es un conflicto aislado, sino que tensa una amplia malla de disputas en la que están involucradas desde potencias regionales a superpotencias. Y las alianzas resultantes desafían casi todas las ideas preconcebidas.
Todas, menos una. Rusia y Turquía, aun rehuyendo el primer plano, vuelven a estar claramente en trincheras opuestas, tal como sucede en Siria y en Libia. Mientras que Turquía e Israel, a la greña desde hace más de una década, vuelven a alinearse, esta vez a favor de Azerbaiyán. Siendo éste un país musulmán chií, puede sorprender igualmente que Irán se decante –discretamente- a favor de la cristiana Armenia.
Los intereses parecen no tener religión en este caso. Así, el petróleo azerí es extraído en gran medida por BP -la antigua British Petroleum- y llega a la UE tras pagar peajes en Georgia y Turquía. Con las divisas de sus hidrocarburos, Azerbaiyán no solo ha convertido Bakú en una ciudad rutilante, sino que también ha modernizado su ejército, subiendo al podio de los compradores de armamento israelí, donde estaba Turquía hasta hace una década.
Azerbaiyán se ha convertido en un gran comprador de armamento israelí y en el primer proveedor de crudo de Tel-Aviv.
Israel ha correspondido, convirtiendo a Azerbaiyán en su primer proveedor de crudo. Por otor lado, Tel-Aviv se ha resistido hasta ahora a reconocer como genocidio las matanzas de armenios durante la Primera Guerra Mundial. Y eso que Jerusalén tiene un barrio armenio desde la noche de los tiempos. En realidad, en la Palestina otomana o británica vivían más del triple de armenios que en la actualidad.
Por otro lado, la responsabilidad turca –y kurda- en dichas matanzas podría hacer pensar que Ankara mostraría prudencia al referirse a Armenia. Nada más lejos de la realidad, a pesar de que decenas de miles de armenios siguen viviendo en Estambul, haciendo el menor ruido posible. Turquía, en posesión del monte Ararat, mantiene además firmemente cerrada su frontera con Armenia.
De hecho, todo el arco político turco apoya el discurso etnicista de que turcos y azeríes son “un pueblo en dos países” y se alinea con la ofensiva azería, presentada como “defensa propia”. En realidad, los azeríes –a diferencia de los armenios- nunca estuvieron bajo dominio otomano, sino persa. Aunque es cierto que turco y azerí son lenguas tanto o más cercanas que castellano y portugués. Asimismo, Ilham Alíyev es prácticamente el único jefe de estado con el que su amigo Recep Tayyip Erdogan puede hablar sin traductor.
Pero la noción de “un pueblo, dos países”, es más acertada para hablar estrictamente de los azeríes, ya que la mitad viven en Irán. Muchos tan bien integrados como el propio el Guía de la Revolución, Alí Jamenei.
A día de hoy, la ofensiva continúa porque las tropas azeríes aún no han topado con la línea roja rusa en el Alto Karabaj –autodenominado Artsaj por los independentistas armenios. No puede andar lejos, aunque ya ha quedado claro que su tratado de asistencia militar no incluye el Karabaj. En cualquier caso, primero en Georgia, luego en Ucrania y ahora en la Armenia de Nikol Pashinyan, el mensaje de la Rusia de Putin a su tradicional zona de influencia emerge con bastante claridad. Mirar a Washington ya no sale gratis y resulta en pérdidas territoriales. Un mensaje que en Bielorrusia ni siquiera necesita traducción.
07/10/2020 en LA VANGUARDIA
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