El poder de la mítica estirpe, que se adentró en las finanzas, la política y las relaciones internacionales, intervino en la modernización del país.
La casa Rothschild, una de las redes financieras más poderosas del mundo, y, sin duda, la más legendaria de las casas de banca privada europeas, comenzó sus relaciones con España en el marco de la guerra de la Independencia. No fue para auxiliar con sus créditos o préstamos al gobierno español, sino más bien para financiar al ejército inglés del duque de Wellington, que combatía contra las fuerzas napoleónicas en la península ibérica. El británico consiguió tomar Madrid el 12 de agosto de 1812, provocando la huida de José Bonaparte a Valencia y el repliegue del ejército francés hacia el norte. Sin embargo, los fondos económicos del duque no podían sufragar las cien mil libras de gastos mensuales de unas fuerzas armadas que contaban con ochenta mil efectivos.
Fue entonces cuando entró en escena el clan Rothschild, concretamente Nathan, que había sido enviado a Inglaterra años antes para organizar el negocio de exportación de telas de la familia al continente. Desde el gueto de Frankfurt, los Rothschild habían ido escalando posiciones sociales hasta convertirse en intermediarios financieros en la corte del príncipe elector de Hesse-Kassel, Guillermo IX. En muy pocos años construirían un entramado de poder sin precedentes, con oficinas en las principales capitales europeas.
En sus inicios, en plenas guerras napoleónicas, la familia contaba con cinco ramas establecidas en Frankfurt, Londres, París, Viena y Nápoles. Las que tuvieron una relación más fructífera con España fueron las de Francia e Inglaterra.
Nathan Rothschild elaboró una complicada estrategia para surtir de fondos al duque de Wellington, en colaboración con la amplia red comercial de su familia. El contacto en España para asegurar las transacciones fue el banquero y mercader valenciano Vicente Bertrán de Lis. Pronto el gobierno británico accedió a colaborar con el clan para dar mayor cobertura a las operaciones.
“Se calcula que el gobierno británico transfirió alrededor de 42,5 millones de libras a sus tropas y aliados en el continente desde 1811 y hasta 1816, de los que al menos la mitad pasaron por las manos de los Rothschild”, dice el historiador Miguel Á. López-Morell. La operación cambió el curso de la guerra y acabó con seis años de ocupación militar de la península. Para la familia de banqueros produjo cifras astronómicas en beneficios. No es de extrañar que, años más tarde, Nathan reconociera que había sido “el negocio de su vida”.
El mercurio de Almadén
Tras un largo proceso de desencuentros con el régimen de Fernando VII, la casa Rothschild consolida en 1835 su posición en España, ejerciendo una tutela financiera sobre el país, a la espera de ampliar sus intereses. Es entonces cuando se hace oficialmente con la contrata de comercialización del mercurio de las minas de Almadén (Ciudad Real), que, junto a las minas de Idrija (Eslovenia), le permitirá ejercer un monopolio de la oferta mundial de mercurio durante más de noventa años. Ese mismo año, los banqueros alemanes establecen una agencia estable en Madrid a cargo de Daniel Weisweiller.
Entre otros negocios, este nuevo enviado sacaría importantes réditos financiando las guerras carlistas, asociado con las élites financieras de la capital. Según López-Morell, Weisweiller “demostraría una excepcional capacidad para moverse entre las corruptelas del régimen y desarrollaría, por su propia iniciativa, una intensísima actividad político-financiera que siempre desbordó los proyectos de sus casas matrices, a las que arrastró a la mayor parte de las operaciones”.
En torno a 1848, la agencia madrileña comienza a hacer algunos retoques para ayudar a Weisweiller, sobrecargado de trabajo y aquejado de problemas de salud desde fines de los años cuarenta. El hombre elegido para apuntalar el proyecto de los Rothschild no es otro que el húngaro Ignacio Bauer, uno de los más brillantes empleados de la casa.
Bauer no tardó en asumir mayores responsabilidades, hasta que, el 1 de enero de 1855, se institucionalizó su papel capital con la creación de la sociedad Weisweiller & Bauer Cía. Ambos agentes se situaban al mismo nivel de autoridad en la agencia. Tras largos años de trabajo, la sede de los banqueros en Madrid se había convertido en un punto crucial para el mantenimiento de las finanzas españolas y había sentado las bases para los grandes proyectos venideros en los decenios siguientes.
La creación de los ferrocarriles
El 3 de junio de 1855 se publicaba la ley de ferrocarriles en España. Además de diseñar un amplio programa para subvencionar la construcción de las líneas férreas, permitía la concesión de líneas por 99 años sin tener que asegurar la totalidad del gasto de construcción, concedía privilegios para la adquisición de materiales y facilitaba la expropiación de terrenos.
A fines de ese año se produce, a juicio de López-Morell, un “auténtico cataclismo en el entorno de los negocios ferroviarios en España”. El descomunal empuje económico que tendrá lugar a partir de entonces nace de las estrategias empresariales de grupos extranjeros muy determinados, enfocados en hacer de la construcción masiva de redes ferroviarias en varios países una oportunidad única de negocio.
James Rothschild, en París, se había convertido, con el paso de los años, en el experto de la familia en asuntos ferroviarios. Y se decidió, de manera enérgica, a introducirse en el incipiente negocio del ferrocarril en España.
A finales de 1856 se crea formalmente la Compañía de Ferrocarriles de Madrid-Zaragoza-Alicante (en adelante, MZA). La nueva empresa realizará un extraordinario esfuerzo inversor, creando hasta el 35% de las principales líneas ferroviarias del país, en abierta competencia con la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España (CCHNE), de similar tamaño y propiedad de unos magnates franceses especializados en los ferrocarriles, los hermanos Émile e Isaac Pereire.
Tras cinco años de intensa actividad, la compañía se extendió por las principales líneas de Extremadura, Castilla la Nueva, Andalucía o Levante, consolidando su supremacía sobre los accesos a Madrid y el manejo de los mercados más dinámicos del interior peninsular.
MZA construyó también las estaciones de Atocha, en Madrid, El Carmen, en Murcia, Campo Sepulcro, en Zaragoza, o Plaza de Armas, en Sevilla. Los Rothschild consiguieron vencer a sus rivales, los Pereire, que apenas habían podido construir la mitad de kilómetros de vías de tren. James Rothschild había acertado cuando dijo que “quien construya las primeras grandes líneas obtendrá los grandes negocios en España”.
Las operaciones del Sexenio
A pesar del éxito en sus inversiones ferroviarias, los Rothschild no olvidaron en ningún momento que las finanzas públicas españolas eran su principal campo de negocio. Muestra de ello son las importantes cantidades que dirigieron hacia el Banco de España y el Tesoro durante las décadas de los sesenta y los setenta del siglo XIX, especialmente, durante el Sexenio Democrático (1868-1874).
El 23 de noviembre de 1868, con el gobierno provisional encabezado por el general Serrano en el poder, y con Laureano Figuerola como ministro de Hacienda, la casa Rothschild firma un contrato para garantizar a las arcas públicas españolas un empréstito de cien millones de pesetas, que incluía la ayuda a fondo perdido de un 15% a las empresas de ferrocarriles. A partir de este momento, se sucederán las grandes operaciones financieras de los banqueros con las finanzas públicas españolas.
Edificio administrativo de la Compañía MZA, construido en 1890 junto a la Estación de Atocha de Madrid. Luis García / CC BY-SA 3.0
En abril de 1870, los Rothschild firman un acuerdo de préstamo con el gobierno español de 42 millones de pesetas, a un interés del 8%, a devolver en treinta años. El contrato estaba vinculado a otro de venta en exclusiva de los productos de las minas de Almadén, por espacio también de treinta años. Una vez cerrado el trato, los banqueros se pusieron manos a la obra para asegurar los niveles de producción de la mina, invirtiendo 500.000 francos en la compra de maquinaria y en importantes mejoras técnicas del complejo. En los siguientes años, el yacimiento experimentó un crecimiento espectacular en su producción.
Sin embargo, de una manera inexorable, a lo largo de la segunda mitad de la década de 1870 y durante los siguientes treinta años, la casa fue perdiendo su preponderancia e influencia en áreas en las que no había tenido rival, como las emisiones cíclicas de empréstitos o la financiación a corto plazo de las necesidades del Tesoro público.
Metales y petróleo
A mediados de la década de los setenta, la familia de banqueros dio un giro en sus estrategias inversoras en nuestro país, focalizando los esfuerzos en la financiación a medio y largo plazo de empresas industriales. Durante esos años tuvo lugar un cambio generacional en la familia, con la muerte de varios dirigentes y el inicio de su lenta decadencia en el circuito de las finanzas públicas europeas. Los nuevos caminos pasaban por el incremento de su presencia en las empresas mineras, centrándose en los mercados del cobre y el plomo, en un momento clave de expansión de la demanda internacional de productos primarios.
Las relaciones de los Rothschild con el plomo español se remontan a los años cuarenta del siglo XIX, cuando comenzaron a firmar una serie de contratos de exportación del plomo del sudeste peninsular con importantes beneficios. En octubre de 1881 nace la Sociedad Minera y Metalúrgica Peñarroya (Córdoba), con la decisiva participación de los banqueros. La empresa se convertiría, con el tiempo, en un importante emporio, alcanzando el primer puesto en el ranking de las empresas industriales radicadas en España y situándose como una auténtica multinacional tras la Primera Guerra Mundial.
Los banqueros también se introducirían, años más tarde, en el negocio del cobre español. En 1873, un consorcio internacional, dirigido por el financiero británico Hugh Matheson, fundó la mítica Rio Tinto Company Limited (RTC), en la provincia de Huelva. La compañía sorteó numerosas dificultades en sus primeros años, llegando a endeudarse para poder hacer frente a sus obligaciones financieras. A principios de 1888, los Rothschild entraban en el negocio, haciéndose con un paquete de más de nueve mil acciones.
Su extensa producción convirtió a la compañía en una de las mayores de Europa. Durante su período de mayor esplendor, Riotinto se convirtió en una pequeña colonia inglesa, con un lujoso y exclusivo barrio de estilo victoriano diseñado para el personal inglés, que contaba con garitas con guardias, pistas de tenis y un cementerio e iglesia presbiterianos propios.
A partir de la segunda década del siglo XX se inicia una lenta decadencia de los negocios y operaciones de los Rothschild en España
Igualmente decisiva fue la aportación de los Rothschild para la creación, en el año 1879, de la refinería de petróleo Deutsch de la Meurthe, nacida del convenio suscrito entre los banqueros alemanes y el industrial francés Henri Deutsch de la Meurthe. A principios del siglo XX, la compañía ya se había consolidado como la principal empresa refinadora del país, con sedes en Santander, Alicante, Sevilla, Badalona y El Ferrol.
A partir de la segunda década del siglo XX se inicia una lenta decadencia de los negocios y operaciones de los Rothschild en España, motivada, por un lado, por la propia crisis del ancestral sistema de agencias internacionales de la familia y el fracaso en el relevo generacional.
En España, los descendientes de los creadores de la agencia madrileña no supieron estar a la altura ni aguantar la competencia de los bancos comerciales españoles. Por otro lado, los resortes políticos y económicos en España cambiaron sustancialmente en el nuevo siglo, con la irrupción del nacionalismo burgués catalán, la creación de los conglomerados industriales vascos y la pujanza de la nueva banca comercial madrileña.
Las nuevas élites económicas ya no estaban dispuestas a someterse al poderío y la influencia de las grandes empresas extranjeras. Nada volvería a ser como antes. Sin embargo, sobre el mapa de España quedará la indeleble huella de los Rothschild, los grandes dinamizadores de la modernización del país.
Este artículo se publicó en el número 642 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
Eduardo Mesa Leiva
17/10/2021 en LA VANGUARDIA
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