Si bien se conoce el importante rol que cumplen las potencias globales en la región de Oriente Próximo, hay una serie de dificultades y retos que enfrentan los diferentes actores regionales con alto rol de importancia en los equilibrios del poder.
El elemento más determinante en este juego de pesos y contra pesos tiene que ver con la legitimidad de los actores que intervienen. Hay algunos que sus circunstancias internas hace que el poder que puedan emplear sea muy limitado, otros debido a su composición demográfica o división producto del colonialismo europeo, que gestó un gobierno de una minoría, ha generado que ante una eventual crisis interna el resquebrajamiento y reestructuración sea un riesgo latente, como ha pasado desde el inicio de las mal llamadas “Primaveras Árabes” y el desastre colateral que vino con estas.
Hay otros países como Egipto, y Arabia Saudita, que pese a su poder político, militar y/o económico, los alcances de su liderazgo son altamente limitados. El caso egipcio siendo considerado un Estado eje por su posición estratégica en zonas calientes de conflicto como el palestino – israelí, dominando una región por la que pasa importante porcentaje del comercio internacional, contacto con el mediterráneo y con recursos estratégicos nada despreciables.
Por su parte el Reino de Arabia Saudita controla uno de los más poderosos yacimientos petrolíferos del mundo, tiene bajo su tutela los dos lugares más sagrados del Islam; Meca y Medina, lo que les genera un factor de chantaje ante los otros grupos musulmanes existentes en el mundo. A pesar de ello, esto no le basta para lograr el empoderamiento necesario en la región.
Otros países como Siria o Irak, tienen cuota de participación, pero han quedado como terreno de disputas entre líderes regionales y globales, por lo que sus papeles son tan determinantes como la importancia e interés de quienes los busquen les endosen.
Estos son países con un alto grado de importancia para la zona, otros son actores casi pasivos o tienen circunstancias internas tanto a nivel económico como social que no les permite tomar ese rol de protagonismo necesario, y además porque la legitimidad del liderazgo no es algo que se arrebate sino que debe ser reconocido por los otros, algo que efectivamente no está ocurriendo.
Y además al problema de la legitimidad se le suma una falta de voluntad para que exista una integración real entre los países de la región, pese a que existen organismos que buscan incentivar los regionalismos, como la Liga Árabe, o la Organización para la Cooperación Islámica. Lo cierto es que no hay agendas comunes que puedan gestar proyectos de unión reales. Además de que no todos los países tienen relaciones cordiales entre ellos, o hay diferencias a lo interno que no permite una integración de la manera que pretenden.
Y si en el caso de estos países árabes es complejo, hay otros actores importantes en la zona como Israel, Turquía e Irán que por su naturaleza no árabe, o con cosmovisiones religiosas distintas a la mayoría; como ocurre con el judaísmo de Israel o con el chiismo en Irán, enfrentan un aislamiento casi natural de convertirse en los líderes de la región o de transformarse en los gestores de un proceso de integración.
Los turcos, pese al liderazgo que ha aplomado Erdogan en temas islámicos en los últimos años, no le basta para hacerse con el control del poder regional. Sencillamente no es un país árabe. El pasado otomano quizás no sea un buen punto de mercadeo para los deseos del gobierno de Ankara, por lo que al igual que israelíes e iraníes, les corresponderá mantenerse como un poder periférico en la región donde las alianzas serán tácticas dependiendo de las circunstancias del momento.
De todas maneras Israel, según dicta la lógica, será de los países con menos posibilidades de recibir legitimidad de poder en la región mientras la carta palestina se mantenga sobre la mesa y por el contrario, la estrategia de deslegitimarlo seguirá siendo la predilecta entre los líderes de turno.
Esta atomización del poder en la zona, así como la falta de una legitimidad real, se complementan con una intervención no tan prolongada de las potencias extra regionales in situ, dejando que los propios países del área marquen a su modo el terreno a través de movimientos meticulosos que pone a veces en riesgo de enfrentamiento y en otros que pareciera que llegará por fin la paz de una Era Mesiánica bíblica.
02/09/2018 en POR ISRAEL
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