Hace pocos días las tropas de Estados Unidos se retiraron de Afganistán.
Lo que parecía una medida calculada con cuidado, resultó en un desastre cuando los talibanes tomaron control de casi todo el país, en una acción que pareció sumamente rápida y no esperada por los Estados Unidos.
No se sabe bien qué pasó, ni que pasa en los actuales momentos. Pero las imágenes de violencia y caos son muy elocuentes.
En temas de retiradas, Israel tiene bastante experiencia. La retirada del Sinaí, producto de los Acuerdos de Camp David en 1978 se puede calificar de exitosa, pues no hubo episodios de violencia como si los hubo en dos retiradas israelíes posteriores.
En el año 2000 Ehud Barak realizó una retirada unilateral del Líbano, poniendo fin a casi veinte años de presencia israelí.
El sentido común dejaba entender que ello traería vientos de pacificación, pero ocurrió lo contrario.
Hezbollah se instaló en el país y desde entonces el problema no ha dejado de ser de extrema preocupación.
En el año 2005 Ariel Sharón llevó a cabo la retirada unilateral de Gaza. El territorio de la estrecha franja se convirtió en uno libre de israelíes y de judíos.
Al año siguiente, Hamás tomó posesión del enclave, se separó de la Autoridad Nacional Palestina y se convirtió hasta el día de hoy en un enclave violento, fuente de agresiones frecuentes contra Israel.
Afganistán queda muy lejos de los Estados Unidos. Ciertamente el territorio del coloso no será víctima de bombardeos de cohetes, ni tendrá que desplegar el sistema Cúpula de Hierro.
Pero el nuevo gobierno de Afganistán se convierte en un peligroso promotor de atentados que son ejecutables en cualquier parte del mundo.
Israel se equivocó cuando pensó que las retiradas complacerían a sus adversarios, que traería la tranquilidad que la presencia militar no había logrado.
Estados Unidos ha de haber seguido el mismo razonamiento. Además, constituye un desgaste injustificable de esfuerzo militar, de movilización de tropas y de vidas humanas que se pierden en ataques y escaramuzas que no cesan.
La teoría pareciera dictar que las retiradas deberían ser eficientes, positivas. La práctica ha demostrado lo contrario.
En el caso de las retiradas israelíes unilaterales han sido un fracaso en cuanto a resultados. Los territorios que han sido dejados en manos de la población y autoridades locales se han convertido en bastiones de violencia, amenazas y ataques que cobran vidas humanas con frecuencia y crueldad.
Hasta el momento la retirada americana de Afganistán va por el mismo camino de fracaso y decepción.
Los hechos dicen más que las palabras. La administración Biden pareciera ser proclive a la solución de dos estados para dos pueblos respecto al conflicto palestino-israelí.
Aunque ya hay dos enclaves palestinos, uno en Gaza y otro en la Margen Occidental. Una solución de este tipo, teóricamente lógica y viable, significaría la retirada de tropas israelíes de la Margen Occidental en los puntos en los cuales aún tiene presencia y control. Dejaría en manos de la población y autoridades locales el control de la situación.
En unos días, el primer ministro de Israel, Naftali Bennett, será recibido por el presidente Joe Biden.
Antes de los acontecimientos en Afganistán, la eventual negativa de Bennet a la solución de dos estados sería algo complicada de explicar y defender ante un Biden convencido de la lógica teórica de su posición y argumentación.
Explicar que los territorios a dejar en manos de grupos extremistas constituyen un peligro local e internacional, no es algo fácil de hacer. Pero ahora, con los talibanes en acción y el lío armado en Afganistán, los hechos hablan.
Sí, sobran las palabras.
Elías Farache S.
25/08/2021 en AURORA
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