El presidente egipcio, Gamal Nasser, negocia el cese del fuego que pone fin al Septiembre Negro con el Presidente de la OLP Arafat y el Rey Hussein de Jordania, 1970, foto a través de Wikimedia Commons
Traducido paara Porisrael.org por Dori Lustron
El Reino Hachemita de Jordania puede perder más que cualquier otra parte por el establecimiento de un Estado de Palestina. Si bien los peligros potenciales y las complicaciones para Israel de tal estado podrían ser significativos, Jordania enfrentaría amenazas tanto para su estabilidad social como a su idea fundacional: gobierna a la población árabe en ambas orillas de su mismo río. Además de las sustanciales dificultades políticas y de seguridad que ese estado crearía para Jordania, también podría poner en peligro su viabilidad continua al cambiar el lugar de liderazgo político para la mayoría de los jordanos lejos de Ammán y hacia Ramallah.
Cada vez es más claro que el Estado palestino es una idea moribunda. A pesar de los pronunciamientos oficiales, ninguno de los principales partidos parece estar muy interesado en lograrlo, y menos aún en la AP
Sin embargo, si, mediante una acción unilateral, se declarase un Estado de Palestina en el territorio que comprende las Áreas A y B, las repercusiones (en su mayoría negativas) afectarían al Reino Hachemita de Jordania más que a cualquier otra parte, incluido Israel.
Los peligros para el Reino se manifestarían en tres niveles: la amenaza política, la amenaza a la seguridad y la amenaza existencial.
La amenaza política
Con el establecimiento (o anuncio) de un estado de Palestina, las tensiones que han caracterizado la relación entre las organizaciones palestinas y el Reino Hachemita desde la década de 1960 tomarían una concreción institucional y se convertirían en escena en una característica fija de la nueva post-estadidad. . La reciente tensión sobre el acceso y la gestión de la seguridad en el área del Monte del Templo proporciona un anticipo de las vergüenzas públicas y la parálisis diplomática que afectarían la crucial relación entre Israel y Jordania como resultado.
Israel y Jordania están desarrollando relaciones institucionales muy estrechas, tal vez las más fuertes de la región. La integración económica avanza rápidamente, con porciones significativas del consumo de energía y agua de Jordania que Israel proporcionará. Esta disposición está en camino de alcanzar tal nivel en el futuro previsible como para aumentar la probabilidad que una interrupción repentina tendría resultados catastróficos para el Reino.
La cooperación y la integración en el ámbito de la seguridad son, sin duda, igual de importantes. Durante décadas, los enemigos de Jordania, tanto internos como externos, han tenido que contar con un poderoso par de desincentivos al contemplar acciones violentas contra el gobierno: una primera línea de defensa consistente en un ejército jordano tenazmente leal, y un segundo en la forma de un IDF abrumadoramente poderoso.
Incluso con este trasfondo de integración creciente, la relación Jordania-Israel está crónicamente forzada por el aventurerismo y el rechazo del liderazgo de la Autoridad Palestina. Esa tensión empeoraría dramáticamente si los líderes palestinos tuvieran derechos estatales completos en los foros árabes e internacionales.
La amenaza de seguridad
Para un anticipo de la relación que Jordania tendría con un Estado de Palestina al otro lado del río, uno puede mirar a la relación actual de Egipto con Hamas. La principal diferencia es que los problemas de Jordania serían muchas veces mayores que aquellos de los que Egipto sufre hoy. Las razones son muchas:
1.- La frontera de Jordania con Cisjordania es más larga y más porosa que la que existe entre Gaza y el Sinaí.
2.- La presencia de las fuerzas políticas palestinas, especialmente las que apoyan a Hamas, es mayor y está más arraigada en la vida política de Jordania que en la de Egipto.
3.- El sur de Jordania es más poblado y en algunas ciudades (especialmente Maan) más radicalizadas que las tribus del Sinaí que, bajo el estandarte de ISIS, a veces arrebataron el control de partes de la península de Egipto.
4.- Quizás lo más importante es que, por motivos culturales, lingüísticos y étnicos, la distinción entre egipcios y gazatíes es mucho más clara que la de los árabes que viven a ambos lados del río Jordán. Como resultado, tomar medidas enérgicas contra la subversión organizada o incluso una insurgencia de baja intensidad en Jordania se sentiría más como una guerra civil. Se pondría a prueba la lealtad de las fuerzas armadas jordanas, especialmente si Israel es visto como el socio del gobierno jordano en ese esfuerzo.
5.- Por último, pero no menos importante, Jordania tendría que lidiar con una situación de pesadilla de seguridad que probablemente se desarrollaría poco después de una declaración unilateral de un Estado palestino. Tal declaración probablemente precipitaría una decisión israelí de cerrar el paso a una AP corrupta e ineficaz, una medida que casi con seguridad provocaría su colapso. Esto sería seguido por una sangrienta lucha por la supremacía entre nacionalistas e islamistas, como ocurrió en Gaza. Debido a la falta de contigüidad entre muchas ciudades en las áreas A y B, el resultado no será una rápida victoria de Hamas como ocurrió en Gaza en 2006, sino una guerra civil prolongada y de baja intensidad con asesinatos y brotes esporádicos de violencia masiva. Israel probablemente se limitaría a contener y evitar que la violencia se derrame en el Área C y más allá.
Independientemente de quién gane la ventaja, los árabes de Cisjordania capaces de escapar de este sangriento desastre lo harán apresuradamente, y se dirigirán en la única dirección abierta hacia ellos: hacia el este, hacia Jordania. El Reino se enfrentará a dos opciones infelices: o bien absorber una gran ola de refugiados inquietos en un sistema que ya está a punto de estallar, o reafirmar, con la probable aquiescencia israelí, limitadas prerrogativas administrativas y de seguridad sobre las áreas afectadas en Cisjordania para prevenir una mayor catástrofe humanitaria y con el éxodo masivo tal catástrofe se precipitaría.
La amenaza existencial
Es discutible que estos escenarios de amenaza podrían ser manejados por un liderazgo y un ejército jordanos que han demostrado repetidamente resiliencia en crisis de mayor duración y severidad. Sin embargo, dejando de lado todos los desafíos situacionales que una declaración de la condición de Estado palestino engendraría para Jordania, una amenaza estratégica cualitativamente mayor a largo plazo inevitablemente se desarrollará para el Reino desde la realización del Estado palestino.
Es un hecho que la mayoría de los palestinos son jordanos y la mayoría de los jordanos son palestinos. Dicho con más precisión: la mayoría de los que se autoidentifican como palestinos dentro y fuera de Jordania portan un pasaporte jordano (incluidos Mahmoud Abbas y Khaled Mash’al); y la mayoría de la población residente de Jordania se autoidentifica como palestina. Este ha sido el enigma crónico de Jordania desde finales de la década de 1950, cuando el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser comenzó a incubar activamente un nacionalismo separatista palestino en un desafío directo a la custodia formal de Jordania de los árabes de Cisjordania. En pocas palabras, la supuesta identidad nacional palestina fue el resultado de una campaña egipcia anti-Hachemita que comenzó a fines de la década de 1950 e institucionalizada con la creación de la OLP en la Cumbre Árabe de El Cairo de 1964.
Esta campaña anti-Hachemita estuvo en el centro de la cascada de crisis más peligrosa de Jordania en 1959, 1967, 1970-71, 1986 y 1988. Una declaración formal de un Estado palestino lo llevaría a un nivel mucho más peligroso por la simple razón que un estado no puede sobrevivir mucho tiempo cuando la mayoría de sus ciudadanos reclaman la identidad nacional de un estado vecino (y probablemente adversario).
Este concepto es fácil de entender. Si, por ejemplo, la mayoría de los ciudadanos de Guatemala se autoidentificaran como mexicanos, Guatemala simplemente se convertiría en un vasallo cultural y político de México.
Del mismo modo, la identidad nacional de Jordania y su viabilidad política será difícil de sostener si la mayoría de sus ciudadanos le debe lealtad política a un estado extranjero, vecino, aunque árabe. Tal estado sería capaz de dirigir indirectamente los asuntos de Jordania mediante la movilización de una parte considerable de la ciudadanía para hacer su voluntad si sus intereses entran en conflicto con los del gobierno jordano.
Dejando de lado la postura oficial jordana hacia el conflicto, la clase política en el Reino debe estar al tanto de estas amenazas de un futuro Estado palestino, especialmente los dos primeros. Pero también debe ser consciente que todo el edificio del movimiento nacional palestino es una construcción política de los enemigos árabes de Jordania, que estaba destinado a hacer que el país fuera ingobernable por el difunto Rey Hussein. En sus orígenes y práctica, las organizaciones nacionalistas palestinas, independientemente de su retórica, han sido más anti-hachemita que antisionistas. Estas organizaciones siempre han pretendido representar a la mayoría de los ciudadanos de Jordania, un reclamo peligroso para cualquier país. Para Jordania, tal reclamo se vuelve intolerable cuando se concreta en un estado adyacente cuyo liderazgo tiene un historial de intentos en serie por sabotear el dominio hashemita.
En opinión de muchos jordanos, el anuncio de la desconexión de 1988, que reconoció formalmente a la OLP como único representante de los “palestinos” (la mayoría de los ciudadanos de Jordania), fue un error que desgarró la unidad demográfica nacional del país en respuesta a los árabes por presiones políticas. Las condiciones que generaron esas presiones ahora se han ido, de hecho, se invierten. En consecuencia, Jordania debería considerar revertir el anuncio (que, desde el punto de vista constitucional, sigue siendo inválido hasta el día de hoy porque nunca fue ratificado por el parlamento de Jordania). Esto sería lo mejor para los ciudadanos de Jordania en ambos márgenes, y en el mejor interés de la paz y la estabilidad en la región.
***Abe Haak es un traductor y educador certificado por ATA, nacido en Jordania. Trabajó como asistente de investigación en el Servicio de Investigación de la Facultad de la Facultad de Derecho de Harvard, y como Profesor Asistente en la Universidad Senzoku en Japón. Abe enseña en los programas de Traducción Alemana y Árabe en la Universidad de Nueva York
03/06/2018 en POR ISRAEL
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