Escudo del Reino del Hiyaz, gobernado por la dinastía hachemita. Fuente: Wikipedia
Existe una familia, la casa de Hashim, que a principios del siglo XX trató de unir a los árabes bajo su gobierno. Descendientes directos del profeta Mahoma, los miembros de la dinastía hachemita aspiraron a controlar Oriente Próximo desde la península arábiga hasta Siria e Irak. Aunque su sueño de un reino árabe unificado e independiente nunca llegó a realizarse, sus decisiones marcaron la realidad contemporánea de la región y todavía ocupan el trono de Jordania.
Enclavado entre Israel, Arabia Saudí, Irak y Siria, el Reino Hachemita de Jordania es considerado una excepción en el siempre convulso Oriente Próximo. Las revueltas que sacudieron el mundo árabe en 2011 solo acariciaron este país, y el terrorismo que azota a sus vecinos apenas golpea allí. Esta estabilidad ha llegado de la mano de la dinastía hachemita, que ha dado forma al país desde su nacimiento. Descendientes de Huseín ibn Alí, quien fuera jerife de La Meca y posteriormente rey del Hiyaz (1916-1925), los miembros de la dinastía hachemita trazan sus orígenes al mismísimo Mahoma, profeta de la fe islámica.
Los hachemitas han jugado un papel importante en los principales eventos que han definido el Oriente Próximo actual: guardaron las santas ciudades de La Meca y Medina, lideraron la Revuelta Árabe contra el Imperio otomano y gobernaron Siria e Irak a principios del siglo XX. Pese a la relevancia que llegó a tener, la dinastía hachemita ha ido perdiendo poco a poco su influencia, aunque todavía conservan el trono de Jordania.
La “gente de la Casa”, los Banu Hashim y la tribu Quraish
El islam surgió hace más de 1.400 años en la península arábiga, alterando profundamente la realidad sociopolítica de su población. Sin embargo, ciertos elementos tradicionales de la sociedad árabe se mantuvieron, entre ellos la organización social basada en la kabila (‘tribu’ en árabe). La kabila se construye sobre los lazos de sangre de sus miembros siguiendo una línea patrilineal, es decir, cada persona pertenece a la tribu a la que pertenece su padre. Esta organización social acabaría teniendo gran importancia en los primeros años del islam.
Mahoma pertenecía a la tribu Quraish, una tribu árabe adnanita que traza sus orígenes hasta Adán a través de los profetas Ismael y su padre, Abraham. Antes de la llegada del islam, los quraishíes eran comerciantes y controlaban la ciudad de La Meca, un centro de adoración politeísta e importante núcleo comercial. En un primer momento, el islam generó divisiones en la tribu Quraish, que en 622 expulsó de la ciudad a Mahoma y sus seguidores, en su mayor parte miembros del clan de los Hashim, o Banu Hashim. Sin embargo, en 630 Mahoma conquistó La Meca y los quraishíes se convirtierion masivamente al islam. La relevancia de los Banu Hashim y de la tribu Quraish en los primeros años del islam es enorme: fueron esenciales en la expansión y consolidación del islam en la península arábiga. Toda la primera generación de califas, quienes sucedieron a Mahoma al frente del islam, era quraishí.
En el islam existe el concepto de Ahlul Bayt, que se traduciría como ‘gente de la Casa’. Hace referencia a la familia cercana del profeta: su hija Fátima, su primo y yerno Alí, y sus dos nietos, Hasán y Huseín. Tras el fallecimiento de Mahoma, fue la relación sanguínea con el profeta lo que provocó el cisma entre suníes y chiíes. Mientras los suníes consideraban que cualquier miembro de la tribu Quraish podía acceder al califato, los chiíes defendían que solo podían hacerlo los descendientes directos de Mahoma: Ali y su descendencia.
Demostrarse hoy descendiente de Mahoma es, cuando menos, complicado. Sin embargo, en los países de mayoría musulmana continúa existiendo un reconocimiento social hacia aquellos que son capaces de trazar su ascendencia hasta el profeta, que reciben el título honorífico de sharif (‘jerife’ en castellano). En Irán, por ejemplo, los hombres descidientes de Mahoma tienen reservado el uso de turbantes negros, en vez de los habituales blancos.
En la región del Hiyaz, al oeste de la península árabiga y donde están las santas ciudades de La Meca y Medina, los sharif pertenecían a las familias más prominentes. Durante el Califato abasí (siglos VIII-XIII), estas familias constituyeron allí el Jerifato, o Emirato, de La Meca, gobernado por un jerife dependiente del califa de Bagdad. Tras la caída de los abasíes, el Jerifato continuó existiendo bajo el control de los distintos imperios que les sucedieron: el Califato fatimí, el Sultanato ayubí, el Sultanato mameluco de Egipto y, finalmente, el Imperio otomano, contra el que el jerife de La Meca se rebeló a principios del siglo XX.
Una familia llamada a gobernar a los árabes
La dinastía hachemita moderna surge en el Jerifato de La Meca a principios del siglo XX y, como su nombre indica, reivindica su descendencia del clan de los Hashim y de Mahoma. En 1908, Huseín ibn Alí fue nombrado jerife de La Meca. Su llegada al poder coincidió con el surgimiento de movimientos que se oponían al dominio otomano de los territorios árabes. En el Líbano, Siria y Egipto surgió un movimiento cultural llamado Al Nahda (‘el renacimiento’ en árabe), que se extendió por el resto del mundo árabe y que defendía su independencia frente al Imperio otomano, que llevaba siglos controlándolo. El jerife Huseín, que aspiraba a convertirse en califa, se convirtió en el mayor abanderado del arabismo, legitimado por su condición de descendiente del profeta.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el jerife vio su oportunidad de crear un país árabe musulmán independiente dos otomanos, aprovechando el impulso del recién nacido nacionalismo árabe. Huseín comenzó a tener contactos con el comisionado británico en Egipto, Henry McMahon. A través de una serie de cartas, conocidas como la “correspondencia Huseín-McMahon”, los británicos se aseguraron el apoyo del jerife de La Meca en la guerra contra el Imperio otomano. Huseín se comprometió a liderar una revuelta árabe contra los otomanos. A cambio, el Reino Unido le prometió un reino árabe independiente que incluiría la Gran Siria —las actuales Siria, Líbano, Palestina y Jordania—, parte de Irak y la península arábiga, con la excepción del puerto yemení de Adén, que permanecería bajo control británico debido a su posición estratégica en la ruta hacia la India.
El jerife Huseín se proclamó rey del Hiyaz —la región de la península arábiga donde están las ciudades santas— y declaró la guerra al Imperio otomano el 10 de junio de 1916, inaugurando así la dinastía hachemita. Con ayuda militar y económica británica, los árabes lanzaron la Revuelta Árabe, en la que expulsaron a los otomanos de Arabia y liberaron Damasco en octubre de 1918. Sin embargo, las promesas británicas de un gran reino árabe no tardaron en romperse. Pronto se hicieron públicos los acuerdos secretos de Sykes-Picot (1916), que repartían Oriente Próximo entre Francia y Reino Unido, y la Declaración Balfour (1917), que cedía los territorios palestinos para la construcción de un Estado judío independiente.
Después de romper su promesa, el Reino Unido buscó una solución que contentase al rey Huseín. El coronel Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia —que había servido como enlace con los árabes durante la revuelta—, propuso lo que se denominó la sharifian solution (‘solución jerifiana’). La propuesta consistía en otorgar tres reinos separados a tres hijos de Huseín: Faisal sería rey de Siria, Abdalá de las provincias otomanas de Bagdad y Basra, en el actual Irak, y Zeid de partes del norte de Irak y Siria. El primogénito de Huseín, Alí, heredaría el trono del Hiyaz. Aunque Huseín aceptó la propuesta, esta nunca llegó a llevarse a cabo de manera efectiva.
Los reinos de la dinastía hachemita
Faisal fue nombrado rey de Siria en 1918, pero su reinado duró poco. Siria estaba bajo la dominación de Francia, y tener un monarca árabe en Damasco chocaba con los intereses de París. Tras una breve guerra franco-siria, Faisal I de Siria fue expulsado a Irak. Su hermano Abdalá trató de recuperar Damasco por la fuerza, pero Churchill le detuvo para evitar un conflicto mayor entre árabes y franceses, ambos aliados de los británicos. A cambio, el Reino Unido acordó con Abdalá darle el trono de un nuevo protectorado en el Emirato de Transjordania, y Faisal fue nombrado rey de Irak poco después.
Mapa de la sharifian solution propuesta por T.E. Lawrence. Fuente: Wikipedia
Después de importantes altibajos, en 1921 existían tres ramas de la dinastía hachemita: la del Hiyaz, bajo el reinado de Huseín; la rama iraquí, con su hijo Faisal I; y la rama transjordana, encabezada por otro hijo de Huseín, Abdalá. Pero esta situación duró poco: en 1924 Huseín abdicó la corona del Hiyaz en su hijo Alí y se autoproclamó califa. Alí heredó un reino amenazado por uno de sus vecinos, el Sultanato del Nejd, gobernado por la casa Saud. Los saudíes estaban expandiendo su territorio a costa del Reino del Hiyaz y lo conquistaron definitivamente en 1926. Dominando ya la mayor parte de la península arábiga, incluidas las ciudades santas, la casa Saud fundó un nuevo Estado, Arabia Saudí.
La rama hachemita del Hiyaz desapareció. El rey Huseín se refugió en Chipre, entonces colonia británica, y años después se trasladó al reino de su hijo Abdalá en Jordania, donde falleció en 1931. Alí, el último rey del Hiyaz, huyó con su familia a Irak, donde su hermano Faisal I todavía era rey. Años más tarde el hijo de Alí, Abdalá, sería regente de Irak tras el repentino fallecimiento de su primo, el rey Gazi I, hijo de Faisal. Abdalá dirigió Irak durante catorce años, entre 1939 y 1953, hasta que pudo reinar el joven Faisal II, que solo tenía cuatro años cuando murió su padre Gazi.
El Emirato de Transjordania se independizó del Reino Unido en 1946, en plena ola descolonizadora. Tres años después, el rey Abdalá decidió cambiar el nombre del país a Reino Hachemita de Jordania tras conquistar los territorios palestinos de Cisjordania y Jerusalén Este durante la primera guerra árabe-israelí. El resto de países árabes veían a Abdalá de Jordania como una amenaza por sus aspiraciones expansionistas hacia Palestina, Siria y el Líbano. No obstante, los sueños de Abdalá de construir un reino hachemita con capital en Damasco se vieron truncados en 1951, cuando fue asesinado por un militante palestino en la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén. Le sucedió su hijo Talal, a quien los británicos obligaron a abdicar por una supuesta esquizofrenia tan solo un año después, dejando el trono a su hermano Huseín.
Simultáneamente, en Egipto los militares nacionalistas, dirigidos por el joven coronel Gamal Abdel Náser, dieron un golpe de estado, derribando la monarquía e instaurando una república en 1952. Su éxito desató el nacionalismo contra el intervencionismo occidental y la creación del Estado de Israel en todo el mundo árabe. El panarabismo defendido por Náser caló con fuerza, dando lugar en 1958 a dos efímeros proyectos de unión enfrentados entre sí. Por un lado, la República Árabe Unida, que fundió en un solo país las repúblicas socialistas de Egipto y Siria, y duró hasta 1961. Por otro, la Federación Árabe, una unión entre los reinos hachemitas de Irak y Jordania que duró solo unos meses. El nacionalismo de Náser también llegó a Irak, donde los militares señalaron al rey Faisal II como una marioneta del Reino Unido. El Ejército dio un golpe en 1958, Faisal fue asesinado e Irak se convirtió en una república.
Jordania, el último reducto de la dinastía hachemita
La caída de la monarquía en Irak dejó aislada a Jordania, que cuarenta años después era el único reino hachemita que quedaba. Pero Jordania sufría graves tensiones internas y estaba rodeada de enemigos: las repúblicas nacionalistas de Siria, Irak y Egipto; Arabia Saudí, que había conquistado el reino hachemita del Hiyaz; e Israel, al otro lado del río Jordán. Pese a todo, Jordania ha conseguido navegar con éxito en el conflictivo Oriente Próximo y convertirse en un país relativamente estable.
Es paradójico que, de todos los territorios que aspiraron a gobernar los hachemitas, sea precisamente Jordania el único reino que mantengan. A diferencia de otros territorios históricos como el Hiyaz, Irak o Siria, Jordania se creó de cero con la llegada de la dinastía hachemita. El apoyo de las tribus árabes locales, a cambio de beneficios y privilegios, ha sido clave para consolidar el poder de la monarquía en un país tan joven y sin una identidad nacional fuerte.
Con todo, ha sido el conflicto árabe-israelí lo que más ha determinado la realidad del país. La monarquía jordana considera los territorios palestinos como parte de la misma entidad histórica que Jordania. Abdalá I llegó a anexionarse Cisjordania y Jerusalén Oriental en 1950, aunque Israel conquistó ambos territorios en la Guerra de los Seis Días de 1967 y los ocupa desde entonces. Además, la mayor parte de la población de Jordania tiene origen palestino, incluida la reina Rania.
Las tensiones entre los jordanos de origen palestino y los locales “transjordanos” se han manifestado en numerosas ocasiones, llegando a las armas durante el “septiembre negro” de 1970. El Gobierno jordano y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se enfrentaron durante más de un año, dejando miles de muertos y terminando con la expulsión del país de la OLP y miles de palestinos. Más tarde, la firma de la paz con Israel en 1992 dio a Jordania una posición aún más destacada en el conflicto palestino-israelí. En virtud del acuerdo, el rey de Jordania se convirtió en “protector” de los lugares sagrados musulmanes y cristianos en Jerusalén y en garante de los intereses palestinos.
La llegada al trono de Abdalá II en 1999 marcó el inicio de una nueva era para la monarquía hachemita. El rey ha modernizado la economía y la sociedad jordanas, ayudado por su mujer, Rania. De origen palestino, en Occidente la reina es considerada un ejemplo de modernización y empoderamiento femenino, aunque se la critica bastante a nivel nacional.
La dinastía hachemita ha afrontado numerosos desafíos en Jordania, más allá de los enfrentamientos entre palestinos y jordanos. La economía del país es frágil y dependiente del exterior, con elevadas tasas de pobreza y desempleo y pocas expectativas para la juventud. Además, Jordania acoge a numerosos refugiados palestinos, sirios e iraquíes. El país también ha sentido el impacto de las revueltas árabes de 2011, aunque por el momento se ha mantenido más estable que sus vecinos.
A nivel regional, la dinastía hachemita ha tenido que asumir que solo reina en un pequeño país, aunque todavía reclama el trono de Siria e Irak. Por el contrario, los hachemitas han aceptado la pérdida del Hiyaz y las santas ciudades de La Meca y Medina, ahora controladas por la monarquía saudí. No obstante, Jordania sí mantiene una disputa con Arabia Saudí por el control de los lugares sagrados en Jerusalén, sobre los que los Saud intentan extender su influencia.
Pese a los roces con el reino saudí, Jordania ha tratado de mantener buenas relaciones con las monarquías del Golfo, fuente de buena parte de los ingresos que entran en el país, ya sea a través de remesas de emigrados jordanos o ayudas oficiales de los Gobiernos del Golfo. En 2011, tras las revueltas árabes, el Consejo de Cooperación del Golfo invitó a Jordania y Marruecos a unirse a la organización para construir un eje de monarquías frente a las inestables repúblicas árabes.
Pero las relaciones de Jordania con el Golfo también han pasado por altibajos. Uno de los más destacados fue el polémico matrimonio en 2004 de la princesa Haya de Jordania, hermana del rey, con el jeque Mohamed bin Rashid al Maktoum, vicepresidente y primer ministro de Emiratos Árabes Unidos y gobernador del emirato de Dubai. La princesa huyó con sus hijos a Londres en 2019, acusando al jeque de maltrato. La ruptura desembocó en un juicio en los tribunales británicos y casi abre una crisis diplomática entre Emiratos Árabes Unidos y Jordania.
Fuera de Oriente Próximo, Occidente ve a Jordania como un aliado esencial en la región y, particularmente, en el conflicto palestino-israelí. Ahora bien, depender de la ayuda de Estados Unidos y el Golfo ha obligado al Gobierno jordano a participar en proyectos extremadamente impopulares para la población jordana, como la invasión de Irak en 2003. Más recientemente, la Administración Trump ninguneó a Jordania en la redacción de su “acuerdo del siglo” para Israel y Palestina, demostrando que Jordania corre el riesgo de ser irrelevante por su debilidad económica y política.
Desde su trono en Jordania, los hachemitas gozan del respeto espiritual y la relevancia política de ser guardianes de los santos lugares musulmanes y cristianos de Jerusalén Este. No obstante, pueden perder esa posición ante la presión saudí y la indiferencia de Estados Unidos, y tendrán que esforzarse si quieren que su opinión siga contando en la región. A pesar de que el panorama regional no sea el más beneficioso para ellos, la dinastía hachemita, descendiente del profeta Mahoma, todavía parece tener un largo camino por recorrer en el convulso Oriente Próximo.
27/08/2020 en EL ORDEN MUNDIAL
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