Los argumentos para expulsar a Turquía de la OTAN cobraron fuerza la semana pasada. En primer lugar, Estados Unidos anunció su respaldo a una fuerza de seguridad fronteriza formada principalmente a partir de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) en la Rojava, la cuasi independiente región kurda del noreste de Siria, junto a la frontera turca. Después, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, dijo que “estrangulará” esa fuerza apoyada por Estados Unidos “antes siquiera de que nazca”. Rusia, Irán y el régimen de Asad en Siria están del lado de Erdogan.
Las YPG –junto con las multiétnicas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), dominadas por las propias YPG– son las únicas organizaciones armadas nativas de Siria que están dispuestas a –y son capaces de– enfrentarse al ISIS y ganar, y la única facción armada importante en la desconcertante guerra civil siria que no es ideológicamente hostil a Occidente. En octubre del año pasado liberaron por fin Raqa, la capital del califato del ISIS, mientras los Ejércitos ruso y sirio se dedicaban a machacar a los rebeldes.
Los turcos preferirían que el régimen de Asad –y por extensión Rusia, Irán y Hezbolá– gobernara sobre los kurdos sirios, a los que consideran terroristas. Estados Unidos está “creando un Ejército terrorista” junto a la frontera sur, dice Erdogan. “O retirais vuestras banderas de esas organizaciones terroristas, o tendremos que ponéroslas encima. No nos obliguéis a enterrar a los que están con los terroristas (…) Nuestras operaciones seguirán hasta que no quede un solo terrorista junto a nuestras fronteras, para qué hablar de 30.000”.
Un aliado de la OTAN no se comporta así. Así se comporta un país enemigo. No hay realmente más vueltas que darle. Podemos decir todo lo que queramos –yo lo he hecho– de que mantener a Turquía en la OTAN es mejor que echarla de la Alianza porque es mejor tratar con un país problemático dentro de un marco amistoso. Pero hay límites, aunque no estén nítidamente definidos. Un ataque directo de los turcos contra Estados Unidos –o contra cualquier otro miembro de la OTAN– pasaría claramente de la raya, éste ésta bien definida o no. Atacar a un aliado que no pertenece a la OTAN es algo más complicado, especialmente cuando ese aliado ni siquiera es un Estado. (No es como si Turquía atacara a Israel, Japón o Marruecos).
Nada de esto se pudo prever cuando se fundó la OTAN, en 1949, o cuando Turquía fue admitida, en 1952. La OTAN se fundó como frente occidental contra la Unión Soviética, que ocupaba o controlaba indirectamente media Europa, incluido un tercio de Alemania. La República Islámica de Irán, el Partido Baaz sirio, los movimientos separatistas armados kurdos, el ISIS… ninguno de ellos existía entonces, y sólo eran concebibles los movimientos kurdos.
El mundo ha cambiado drásticamente, al igual que la OTAN. En 1952, Turquía era un miembro fundamental de la Alianza, bien considerado, mientras que Estonia formaba parte de la Unión Soviética. En 2018, Estonia es un miembro bien considerado de la Alianza y Turquía se comporta de forma beligerante. A nadie debería sorprender que las alianzas hayan cambiado, después de siete décadas. Las alianzas siempre cambian. Los enemigos se convierten en amigos y viceversa. Ni siquiera Gran Bretaña ha sido un amigo constante –o Rusia un enemigo igualmente constante– de Estados Unidos.
Este tipo de cambios se producen lentamente, y Occidente está teniendo dificultades para procesar el hecho de que Turquía es cada vez más hostil, aunque lo lleva siendo desde hace ya algún tiempo. Todo empezó cuando Ankara negó el uso de su territorio, incluida la base aérea de Incirlik, durante la guerra contra Sadam Husein, principalmente porque no quería que el Kurdistán iraquí se convirtiera en un nodo económico y militar. Más tarde, Erdogan ayudó a Irán a transferir armas a Hezbolá en el Líbano y se alineó implícitamente con el ISIS en Siria, porque no quería que surgiera una región kurda independiente en ese país como la que hay en Irak. Más recientemente, ha tomado como rehenes a ciudadanos estadounidenses y comprado un sistema de misiles al Kremlin. Y está amenazando con destruir la única milicia competente afín a Occidente en toda Siria.
El pasado mes de agosto, cuando Erdogan visitó a su “querido amigo” Vladímir Putin en Moscú, la OTAN emitió un elocuente comunicado:
"Turquía es un valioso aliado, que hace contribuciones primordiales a los esfuerzos conjuntos de la OTAN (…) La pertenencia de Turquía a la OTAN no está en cuestión."
Paremos justo ahí. Por supuesto que la pertenencia de Turquía a la OTAN está en cuestión. Si no fuese así… ¿Por qué molestarse en negarlo? La OTAN no desmiente que el Reino Unido o Canadá ya no pertenezcan a la OTAN. Sólo está desmintiendo que la pertenencia de Turquía esté en cuestión, lo que es otra manera de decir que sí lo está. En cualquier caso, si tecleas “Turquía fuera de la OTAN” en Google te puedes pasar un año navegando entre los resultados.
El comunicado continuaba diciendo:
"Nuestra Alianza está comprometida con la defensa colectiva, y se funda sobre los principios de la democracia, la libertad individual, los derechos humanos y el imperio de la ley."
Ciertamente, la Alianza se fundó sobre todos esos principios, a los que ha dejado de adherirse una Turquía cada vez más autoritaria.
Si Turquía no estuviese en la OTAN, no sería admitida. Está protegida en este punto. Es mucho más fácil rechazar a un aspirante que expulsar a un miembro veterano, especialmente cuando no hay criterios claros para la expulsión. Es cuestión de tiempo que la OTAN mantenga un debate en profundidad sobre cuáles son esos criterios. Quizá entonces Turquía se comportara mejor. Si no, habrá que estudiar otras opciones.
25/01/2018 en POR ISRAEL