MITO:
«Estados Unidos e Israel no tienen nada en común».
«Estados Unidos e Israel no tienen nada en común».
REALIDAD:
La relación de EE.UU. e Israel se basa en los pilares gemelos de valores compartidos e intereses mutuos. Dada esta comunidad de intereses y creencias, no resulta sorprendente que el apoyo a Israel sea uno de los valores más pronunciados y coherentes de la política exterior del pueblo norteamericano.
Aunque Israel está localizado geográficamente en una región que es relativamente subdesarrollada y más cercana al Tercer Mundo que a Occidente, Israel ha surgido en menos de medio siglo como una nación adelantada con las características de la sociedad occidental. Esto es parcialmente atribuible al hecho de que un alto porcentaje de la población provenía de Europa y de América del Norte y trajo consigo las normas políticas y culturales occidentales. Es también una función de la común herencia judeocristiana.
Simultáneamente, Israel es una sociedad multicultural con personas procedentes de más de 100 naciones. En la actualidad, casi la mitad de todos los israelíes son judíos orientales que remontan sus orígenes a las antiguas comunidades judías de los países islámicos de África del Norte y del Oriente Medio.
Si bien viven en una región que se caracteriza por sus autocracias, los israelíes tienen un compromiso con la democracia no menos apasionado que el de los norteamericanos. A todos los ciudadanos de Israel, independientemente de su raza, religión o sexo, se les garantiza igualdad ante la ley y plenos derechos democráticos. Las libertades de expresión, de asociación y de prensa están encarnadas en las leyes y tradiciones del país. La independencia de la judicatura de Israel sostiene vigorosamente esos derechos.
El sistema político sí difiere del de Estados Unidos —Israel es una democracia parlamentaria— pero, no obstante, se basa en elecciones libres con diversos partidos. Y aunque Israel no tiene una «constitución» formal, ha adoptado sus «Leyes básicas» que establecen garantías legales semejantes.
Los norteamericanos han visto a los israelíes durante mucho tiempo con admiración, al menos parcialmente, porque ven mucho de sí mismos en su espíritu emprendedor y en su lucha por la independencia. Al igual que Estados Unidos, Israel es también una nación de inmigrantes. Pese a la carga de gastar casi un quinto de su presupuesto en la defensa, ha tenido una tasa de extraordinario crecimiento económico durante la mayor parte de su historia.
También ha tenido éxito en conseguirles trabajo a la mayoría de los recién llegados.
Al igual que en Estados Unidos, los que emigran a Israel han intentado lograr mejores vidas para sí mismos y sus hijos. Algunos han venido de sociedades relativamente subdesarrolladas como Etiopía o Yemen y llegaron virtualmente sin posesiones, educación o adiestramiento y se convirtieron en contribuyentes productivos a la sociedad israelí.
Los israelíes también comparten la pasión de los norteamericanos por la enseñanza. Los israelíes se encuentran entre la gente mejor preparada del mundo.
Desde el comienzo, Israel tuvo una economía mixta, en la que se combinaba el capitalismo con el socialismo siguiendo el modelo británico. Las dificultades económicas que Israel ha experimentado —creadas en gran medida en la posguerra del Yom Kipur en 1973 al aumentar los precios del petróleo y la necesidad de gastar partes desproporcionadas del Producto Nacional Bruto (PNB) en la defensa— han dado lugar a un movimiento gradual hacia un sistema de libre mercado análogo al de Estados Unidos, que ha sido un compañero de esta evolución.
En los años ochenta, la atención se concentró cada vez más en uno de los pilares de la relación: los intereses compartidos. Esto se hizo debido a las amenazas a la región y porque los medios de la cooperación estratégica se abordan más fácilmente con proyectos legislativos. Pese al fin de la guerra fría, Israel sigue desempeñando un papel en los empeños mancomunados de proteger los intereses norteamericanos, entre ellos la estrecha cooperación en la guerra contra el terror. La cooperación estratégica ha progresado hasta el punto donde ahora existe una alianza de facto. El sello distintivo de la relación es la invariabilidad y la confianza: Estados Unidos sabe que puede contar con Israel.
Es más difícil idear programas que capitalicen los valores compartidos de las dos naciones que sus intereses en la seguridad; sin embargo, tales programas sí existen. En efecto, estas Iniciativas de valores compartidos abarcan una amplia gama de áreas tales con medio ambiente, energía, espacio, educación, seguridad ocupacional y salud. Casi 400 instituciones norteamericanas en 47 estados, el Distrito de Columbia y Puerto Rico, han recibido fondos provenientes de programas binacionales con Israel. Relaciones poco conocidas como el Acuerdo de Libre Comercio, el Programa Cooperativo para la Investigación y el Desarrollo, el Programa de Cooperación regional del Oriente Medio y varios memorándums de entendimiento con virtualmente todas las agencias gubernamentales de EE.UU. demuestran la profundidad de esta singular relación. Aún más importantes pueden ser los amplios nexos que existen entre Israel y cada uno de los 50 estados de la Unión y el Distrito de Columbia.
Extracto del libro Mitos y Realidades de la Jewish Virtual Library.
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