Adrian Salbuchi. Es analista político, autor, conferencista y comentarista en radio y TV en Argentina.
Una de las mayores mentiras de la Elite de Poder Occidental –particularmente en Estados Unidos y Gran Bretaña– es aquella que indica que la globalización es "buena" porque trasciende las fronteras nacionales que "limitan el comercio, las inversiones, la democracia y los derechos humanos". En el idioma simplista del nuevo orden mundial: las fronteras soberanas son malas; la globalización es buena. 'Un mundo sin fronteras'; así lo llaman al tiempo que tratan de convencer al mundo entero de que abandone sus fronteras nacionales para convertirse en más 'globales'. A todos salvo a EE.UU., el Reino Unido (y 'la pequeña Israel'), por supuesto. De manera que cuando China reafirma su voluntad de ser nación soberana, la Casa Blanca, el Pentágono y sus amigos se vuelven locos…
Haz como yo digo, no como yo hago…
El verdadero mensaje es muy claro: no existe un mundo sin fronteras. La integridad territorial y soberanía nacional siguen siendo importantes; muy importantes.
En realidad, el territorio es hoy más importante que nunca ya que la tecnología ha achicado nuestro pequeño planeta con sus 7.500 millones de habitantes.
Así que si las potencias coloniales occidentales lucharon duramente durante siglos enteros para conquistar sus imperios mundiales derrotando a naciones como la India, Japón, China y otras en América y África cuando el mundo era realmente vasto, no es ninguna sorpresa verlos hoy pelear hasta el último kilómetro cuadrado para poder controlar totalmente el planeta.
China entiende esto. Rusia entiende esto. Irán e India también entienden esto.
China es particularmente sensible a esta realidad, habiendo sufrido largos siglos de intervencionismo colonialista occidental y la invasión japonesa en el siglo pasado. La conciencia de soberanía territorial de una nación suele ser directamente proporcional a las invasiones traumáticas que haya sufrido en el pasado.
Geopolítica china
Contrario a los casos de EE.UU., Reino Unido y sus aliados, que a lo largo de los siglos han luchado por consolidar y mantener su hegemonía global, China tiene un enfoque muy diferente acerca del rol que le toca en el mundo. China piensa en otra escala de tiempo y actúa según otras prioridades, pues China no tiene apetencias hegemónicas globales, sino que se contenta con ser y mantenerse como la potencia dominante en el Este asiático y el Pacífico occidental.
China es muy consciente de las intenciones de Occidente sobre esa enorme parte del mundo que es el hogar de dos terceras partes de la humanidad; China comprende la posición incómoda prooccidental del Japón –después de todo Tokio perdió la Segunda Guerra Mundial–, y China resolvió con madurez e inteligencia sus conflictos con Rusia.
En verdad tanto Rusia como China terminaron entendiendo que, como programa económico, político y social, la ideología marxista occidental no funciona y ambas naciones hicieron bien en abandonarla, aunque cada una lo hiciera a su manera.
O sea, mientras China se limita a ser observadora pasiva de las acciones de las potencias occidentales en África, Europa, Medio Oriente, Latinoamérica y otras regiones, no tolera que absolutamente nadie se inmiscuya en su zona de interés.
Básicamente su mensaje estratégico a Occidente es simple y pautado: no nos presionen con Taiwán, ni nos hablen del Tíbet y ni se les ocurra amenazar nuestro espacio aéreo, marítimo y continental.
China no se comporta como 'cowboy' pendenciero que saca su pistola contra cualquiera que lo desafíe. Pero eso no significa que China no responderá de manera rotunda y enérgica si a algún estúpido irresponsable se le ocurre meterle el dedo en el ojo al Dragón…
Pues no solo es China una superpotencia nuclear, sino que también es la 'C' en 'BRICS', donde junto con Rusia conforma el núcleo pesado de esa agrupación que abarca cuatro continentes. En verdad BRICS y su contraparte más formal y creciente –la Organización de Cooperación de Shanghái– conforman un esquema más equilibrado y consistente que cualquiera de las alianzas occidentales en lo económico, político e incluso militar, se trate de la OTAN, la Unión Europea, la ONU o el FMI-Banco Mundial.
Geopolítica occidental
Desde hace ya bastante tiempo, el Pentágono norteamericano y los planificadores en sus bancos de cerebros han identificado a China como el 'enemigo N.º 1' de EE.UU. en el largo plazo. Ello se debe al excepcional y creciente poderío económico chino, que transformará a ese país en la primera economía del planeta dentro de pocos años; ello se debe al poderío militar y creatividad tecnológica china; y también porque China ha dejado muy en claro ante el mundo que jamás permitirá que las potencias colonialistas la empujen de acá para a allá como hicieron en décadas pasadas.
En los últimos años, mientras Occidente estaba ocupado disparándose tiros en el pie en Irak, Afganistán, Libia y apoyando irracionalmente los crímenes de Israel, China estaba ocupada creciendo y creciendo.
Mientras EE.UU., el Reino Unido y la Unión Europea hacían todo lo posible para generar odio y discordia en el mundo musulmán, Latinoamérica y África en gran medida gracias al comportamiento deplorable de sus megabanqueros usureros, China estaba ocupada invirtiendo, adquiriendo recursos genuinos y formalizando inteligentes acuerdos comerciales en todo el mundo. Mientras EE.UU. (especialmente) y sus aliados políticos y militares se hundían en un pozo sin fondo de deuda pública hoy totalmente fuera de control, China estaba ocupada aumentando sus reservas monetarias y activos financieros hasta poder darse el lujo de mantener al dólar secuestrado y –mucho más importante– consolidó su acceso a recursos clave en los cinco continentes.
Por sobre todas las cosas, BRICS conforma una reacción defensiva ante las estrategias globales ofensivas de las potencias occidentales, pues Occidente se ha inmiscuido sistemática y peligrosamente en lugares del mundo en los que claramente no deben andar metiendo sus narices.
¿Qué hacen bombarderos B-52 de EE.UU. volando sobre el espacio aéreo chino (por más que ni EE.UU. ni sus estados-cliente Japón y Corea del Sur lo hayan reconocido como tal)?
¿Qué diría el Reino Unido si bombarderos chinos volaran cercanos a las costas de Escocia solo para enfatizar el hecho de que China apoyaría el movimiento independentista escocés?
¿Qué harían las defensas antiaéreas norteamericanas si dos o tres bombarderos chinos o rusos surcaran los cielos próximos a la frontera atlántica entre EE.UU. y Canadá como señal de apoyo a Quebec en caso que finalmente decidiera salirse de la Unión Canadiense?
Dobles discursos, dobles estándares, distorsión de la realidad y mentiras flagrantes yacen en el corazón de las estrategias globales de Occidente. Esto no solo lo vemos por la forma como EE.UU. arrastra a Estados subordinados como Japón o Corea del Sur, y no solo porque hagan demostraciones de fuerza con sus B-52 y buques de guerra.
Más importante aún, la ofensiva occidental incluye una poderosa guerra psicológica librada desde sus multimedios globales que aseguran que la opinión pública occidental ni conozca ni mucho menos entienda cuáles son las verdaderas raíces, causas y detonadores de crisis global tras crisis global; sea en Medio Oriente, África, Europa, Asia o Latinoamérica; se trate de eventos traumáticos como el ataque a las Torres Gemelas, el colapso de Wall Street o los salvatajes obscenos de sus megabanqueros con dineros públicos.
¿Un mapa de ruta franco-germano para China y Japón?
La historia jamás se repite tal cual, de manera que ningún país debiera imitar a otro por más que sus acciones le hayan deparado grandes éxitos políticos. La historia, sin embargo, puede ser un gran maestro para verdaderos estadistas si logran percibir los paralelos, sacar conclusiones acertadas y comprender las tramas recurrentes y a menudo sutiles que conforman las amenazas y oportunidades que las naciones enfrentan a lo largo del tiempo.
Luego de los enormes traumas de invasión, muerte, humillación y dolor que la Segunda Guerra Mundial trajo sobre Francia y Alemania, sus lúcidos líderes de la posguerra mostraron al mundo que habían aprendido la lección. Pues fue gracias a dos de los mayores estadistas del mundo moderno –Charles De Gaulle, de Francia, y Konrad Adenauer, de Alemania– que estos dos países pudieron mirarse cara a cara y comprender finalmente que las terribles guerras que disputaron en 1870, 1914 y 1939-1945 resultaron en su propia derrota y en la de toda Europa ante Estados Unidos, la Unión Soviética y la Pérfida Albión.
Francia y Alemania comprendieron que había llegado el momento de transitar el camino del respeto mutuo y la comprensión, equilibrando sus respectivos intereses y metas.
Así, Francia reconoció en Alemania al indisputado motor industrial y económico de Europa, mientras que Alemania entendió que, tras el Tercer Reich, solo Francia podía transformarse en líder geopolítico de una Europa unificada.
Un gran ejemplo que China y Japón harían bien en emular. Es verdad que luego de De Gaulle y Adenauer no hubo otros estadistas de su misma altura al mando en sus países, pero también es cierto que hace décadas que no surgen estadistas en ningún país europeo, o en EE.UU., o en la mayoría de los países occidentales. También es verdad que si De Gaulle y Adenauer pudieran ver el desastre en que los politiqueros han transformado a la Unión Europa se volcarían en sus tumbas; sin embargo el ideario fundacional de una unión europea fue un hito en la dirección correcta que permitió a Europa hacerle frente al desfachatado excepcionalísimo estadounidense, a las tácticas de 'divide e impera' del Reino Unido, y a casi medio siglo de amenaza de invasión de la ex-Unión Soviética.
El presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro japonés, Shinzo Abe, tendrían que dejar de pelearse por temas nimios. Japón debiera dejar de ser títere de los planificadores del Pentágono que se mueren por tener una buena excusa para mandar a sus flotas navales y de bombarderos en masa hacia el Pacifico occidental. Japón debe comprender que su interés nacional definitivamente no pasa por alguna islita –Diaoyu/Senkaku– perdida en el mar Chino Oriental.
Japón debiera aceptar el encumbramiento de China –muy merecido, por cierto– como potencia dominante en la región, sincerando sus agresiones contra Manchuria y Corea en el siglo pasado; solo ordenando su pasado podrá Japón ordenar su paso hacia el futuro. A menudo, pedir disculpas es un buen primer gesto.
El aliado natural de Japón no es EE.UU. y las potencias occidentales, sino China, como motor industrial, financiero y geopolítico de Asia oriental aliado al Japón como motor de tecnología de punta en la región. Juntos serían imbatibles.
Japón: ¡Carpe diem!
Tanto China como Japón harían muy bien si finalmente abandonan todo internacionalismo marxista, ignoran a los banqueros Rothschild, echan a la Comisión Trilateral de Rockefeller, y desprecian a los decadentes seductores de la Conferencia Bilderberg. En su lugar, deben unirse para defender los intereses comunes de los pueblos de esa región asiática junto con sus socios en Rusia e India.
Basta con imaginarse cómo serían las cosas si Japón se uniera a esa enorme dínamo de países BRICS. Japón les agregaría el necesario toque de sabiduría zen y de audacia aikido a las estrategias más prácticas chinas inspiradas en Sun-Tzu. Pero para que eso ocurra primero necesitamos que Tokio dé un salto de 180 grados mirando menos hacia el este y EE.UU., y más hacia el oeste y China.
El centro de gravedad del mundo se está desplazando. La mirada hay que volcarla crecientemente hacia China y Rusia, al tiempo que Estados Unidos, Gran Bretaña y sus aliados están en una caída libre implosiva. Esto lo podemos percibir en el irreversible ocaso del dólar estadounidense, en el desastre en que han convertido a Medio Oriente, en la total falta de confianza que han inspirado en todo el mundo, y en sus sucesivos fracasos bochornosos en Irak, Afganistán, Siria, Irán, Wall Street y en sus propios países.
Concluyendo: Japón es un Estado bisagra que debiera seguir el ejemplo de China, Rusia, Irán, India, y aún de potencias menores como Brasil e incluso la derrotada Libia, comportándose como una nación soberana.
La historia abre pocas ventanas de oportunidad para que los países puedan actuar de esta manera. Si aprovechan el momento y las circunstancias correctas, una nación puede dar un saldo que dure mil años.
Concluyendo, Japón debe olvidar a su gran hermano pendenciero norteamericano... Que mire a su alrededor, a su propia historia y tradiciones, a sus raíces sociales, religiosas y políticas. Que medite sobre todo ello y la conclusión brillará por sí sola. Como el zen: ¡haz lo que debes hacer!
Adrian Salbuchi para RT
Adrian Salbuchi es analista político, autor, conductor del programa de televisión “Segunda República” por el Canal TLV1 de Argentina. Fundador del Proyecto Segunda República (PSR). www.proyectosegundarepublica.com
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.
Texto completo el 30/11/2013 en RT Actualidad.
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