jueves, 7 de noviembre de 2013

La dama que cree.

Tzipi Livni, ministra israelí de Justicia y jefa de las negociaciones con los palestinos recientemente reanudadas por mediación de EE.UU, todavía piensa que la paz entre Israel y la Autoridad Palestina es posible. Y ahora tiene una nueva oportunidad de demostrarlo. 

Tzipi Livni Tzipi Livni

A principios de 2011, un ex empleado del equipo negociador palestino entregó a la cadena de noticias Al Jazeera la mayor filtración en la historia del proceso de paz árabe-israelí. Los Papeles de Palestina, un conjunto de e-mails internos, documentos de trabajo y memorandums de reuniones, contenía impactantes revelaciones sobre las concesiones que los líderes palestinos habían hecho en las últimas negociaciones serias con Israel, celebradas desde fines de 2007 en Annapolis, Maryland, hasta 2008. 

Pero los documentos también pusieron de relieve la sorprendentemente cordial relación entre los negociadores palestinos y sus homólogos israelíes. Y dejaban pocas dudas sobre el miembro favorito del equipo contrario: la ministra de Exteriores hebrea y principal negociadora, Tzipi Livni. «Yo votaría por usted», le dijo a Livni el principal negociador palestino, Ahmed Qurei (Abu Alá), según las actas de una reunión de 2008. 

«Lo que conseguimos en Annapolis fue confianza», dice ahora a Livni, de 55 años. «Incluso cuando discutimos, nos respetamos mutuamente». Livni dejó de fumar en 1998, pero recordó que, durante esas conversaciones, el presidente palestino, Mahmud Abbás, le llevaba puros «para que pudiera unirse a los hombres que fumaban». 

No sólo los palestinos le tenían aprecio a Livni en 2008. Como canciller, se había convertido en una presencia amada en todo el mundo. «Los europeos la veían como alguien con quien se podía trabajar», me dijo la ex secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice. «En Washington la consideraban como una persona confiable, comprometida y trabajadora». Mientras tanto, en Israel, ella se había ganado la reputación de honesta. Cuando el primer ministro israelí Ehud Olmert renunció en septiembre de 2008 en medio de crecientes acusaciones de corrupción, Livni se convirtió en líder del gobernante partido Kadima de Israel, y parecía a punto de convertirse en la segunda primera ministra en la historia de Israel. 

Luego, casi de la noche a la mañana, todo se vino abajo, tanto para Livni como para las perspectivas de paz entre israelíes y palestinos. En las elecciones de febrero de 2009, la coalición con otros partidos de derecha le permitió a Binyamín Netanyahu, del Partido Likud, asumir como primer ministro. Livni se convirtió en líder de la oposición y el proceso de paz prácticamente se congeló. 

En 2012, después de tres años de no lograr derribar al gobierno de Netanyahu, Livni fue expulsada de la dirección del partido. Regresó a la política ocho meses después de disputar las elecciones de enero de 2013 como líder de una nueva facción centrista, Hatnuá, enfocada al procesos de paz. Sin embargo, dado que la política israelí daba prioridad a los temas nacionales por primera vez en décadas, su partido terminó en séptimo lugar con sólo 5% de los votos. Al parecer, el momento histórico de Livni había terminado. 

Pero un par de semanas después de los comicios, Livni anunció que Hatnuá sería el primer partido en unirse al nuevo gobierno de Netanyahu, quien buscaba construir una coalición centrista para aliviar sus tensiones con el mundo. Livni asumió como ministra de Justicia y, también, tuvo la oportunidad de dirigir las nuevas tataivas con los palestinos. La oportunidad no pudo haber sido mejor: tras meses de intensos esfuerzos diplomáticos por parte del secretario de Estado de EE.UU, John Kerry, las negociaciones entre Israel y la Autoridad Palestina se reanudaron seriamente por primera vez en cinco años. Livni ahora podría terminar lo que comenzó hace mucho tiempo. 

El logro de una solución de dos Estados es una tarea que recae en gran medida sobre los hombros de Livni. Dadas sus relaciones con las autoridades palestinas, su credibilidad internacional y, al menos en estos días, su relación con Netanyahu, Livni podría ser la única persona que pueda reunir a israelíes y palestinos y, después de 65 años de conflicto, negociar un acuerdo conveniente para ambos. Lo que nadie sabe es si realmente se puede lograr. 

En la calle Salaheddin, en el barrio de Bab al-Zahra de Jerusalén Este, se levanta un edificio cuadrado protegido por un muro de piedra y varios guardias. Allí se alojan el Ministerio de Justicia de Israel y la oficina a la que Livni viaja casi todas las mañanas desde Tel Aviv. 

En la entrevista Livni habló sobre la búsqueda de la paz de Israel. «Lo que me molesta es la impresión en Israel de que cuando uno habla de seguridad, es una persona atrevida y dura. Y cuando alguien habla de paz, se trata de una persona ingenua, blanda e izquierdista», reclamó. 

El camino de Livni para devenir defensora de la paz de Israel fue bastante improbable: era hija de una de las parejas más prominentes de la derecha en el naciente Estado judío. La familia de su padre Eitán huyó del antisemitismo en Polonia cuando él tenía 6 años y viajó a Palestina para perseguir el sueño sionista. Cuando era joven, se unió al Etzel (siglas en hebreo de Irgún Tzvaí Leumí), la Organización Militar Nacional guerrillera de derecha, que buscaba expulsar a los británicos. A principios de 1946, durante una redada en un tren que transportaba salarios de los generales británicos, conoció y se enamoró de Sara Rosenberg, su compañera en el Irgún. El 15 de mayo de 1948, ambos se convirtieron en la primera pareja en casarse en el nuevo Estado de Israel. Tzipora (Tzipi), la menor de sus tres hijos, nació 10 años después. 

La joven Livni creció en un Israel dominado por el Partido Laborista de izquierda, que gobernó durante las tres primeras décadas del Estado. El Etzel y su sucesor político, el partido Herut, apoyaban la soberanía judía sobre todo el Israel bíblico - que comprende no sólo al Israel actual, Cisjordania y Gaza, sino también a Jordania. El movimiento se opuso ardientemente al Plan de partición de la ONU de 1947, que dividió a Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, y que David Ben Gurión, el primer ministro de Israel, había aceptado. 

Livni vivía en Tel Aviv. A diferencia de sus amigos, que se unieron a los movimientos juveniles socialistas y marchaban con banderas rojas el 1° de Mayo, se unió al minoritario movimiento juvenil de derecha Beitar, donde recibió educación acerca de Zeev Jabotinsky, el padre ideológico del sionismo revisionista. La enojaba que el establishment minimizara el aporte de sus padres a la fundación de Israel, o que libros escolares señalaran que ellos representaban la guerra. «Mis padres eran luchadores por la libertad, no terroristas». A diferencia de algunos de los principales agitadores israelíes de extrema derecha, dice, sus padres «respetaban a los árabes». 

En 1967, Israel conquistó Cisjordania, que estaba en poder de Jordania, y la Franja de Gaza, que pertenecía a Egipto, durante la Guerra de los Seis Días. Eitán Livni llevó entonces a su pequeña hija al Muro de los Lamentos en Jerusalén, a la Tumba de Rajel en Belén, a la Cueva de los Patriarcas en Hebrón y a otros lugares bíblicos que habían caído en manos israelíes. «Tenía 9 años, y recuerdo a la gente bailando en las calles de Tel Aviv cuando liberamos a Jerusalén. Era el tipo de entusiasmo que no estaba en contra de nadie y que, en aquel entonces, unía a la izquierda y a la derecha», evoca. 

La unidad pronto desapareció por disputas sobre si se debían construir asentamientos en esas tierras, como pretendían su padre y otros miembros de Herut, o mantenerlo como moneda de cambio para un futuro acuerdo de paz. Al principio, los gobiernos laboristas accedieron a establecer un puñado de asentamientos en áreas de importancia estratégica y bíblica. Pero luego de que el líder del Herut (y ex líder del Etzel) Menajem Begin ganó las elecciones de 1977, terminando con 29 años de gobierno laborista, levantó las restricciones a los asentamientos e incluso dio incentivos para que los israelíes los habitaran. 

La joven Livni apoyaba la línea derechista. Cuando estaba en la secundaria, se unió a su madre en una protesta contra una de las visitas de Henry Kissinger, quien presionaba para intercambiar los territorios por un acuerdo de paz. Sin embargo, en ese entonces, no tenía planes para seguir los pasos de su padre en la política. Como muchos israelíes graduados del secundario, se unió al Ejército y unos años más tarde al Mossad, la agencia de inteligencia. La época de Livni como espía sigue en secreto, aunque se sabe que tuvo su base en París y se cree que desempeñó un papel en la Operación Ira de Dios: la misión para cazar y matar a los terroristas palestinos que asesinaron a 11 atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972. 

Cuando Itzjak Rabín y Yasser Arafat se dieron su famoso apretón de manos en el césped de la Casa Blanca, en 1993, Livni comenzó a moverse al centro. Llegó a creer que Israel no podía gobernar siempre a una población hostil en expansión que, junto con la propia minoría árabe de Israel, amenazaba con convertir a los judíos mismos en una minoría en el territorio controlado por los israelíes y con poner al país en el mismo plano moral que la Sudáfrica del Apartheid. 

Livni afirma que decidió entrar en la política en el Yom Kipur de 1995, unas semanas antes de que Rabín fuera asesinado por un extremista religioso de ultraderecha. Después de obtener el visto bueno de su marido y de sus dos hijos pequeños, llamó a su madre, Sara, para compartir con ella la noticia (su padre había fallecido cinco años antes). Su primera respuesta fue: «¿Y tus hijos?», recuerda. «Pero cuando aseguré que mi marido me apoyaba, dijo que estaba bien. Mamá solía cocinar sopa de pollo para mis hijos porque me decía que ellos se morían de hambre porque yo había decidido entrar en la política». 

Livni estuvo a punto de entrar en la Knéset (el Parlamento israelí) en las elecciones de 1996, pero poco después recibió una llamada de Avigdor Liberman, entonces jefe de Gabinete del nuevo primer ministro Netanyahu que planeaba privatizar varias entidades del Estado y la convocó para supervisar el programa. Livni aceptó el trabajo. 

En los comicios de 1999, Livni obtuvo por fin un lugar en el Parlamento, pero Netanyahu perdió el cargo de primer ministro a manos del laborista Ehud Barak, quien basó su campaña en poner fin al conflicto con los palestinos. Netanyahu fue desplazado del timón del Likud por Ariel Sharón, que tomó rápidamente a Livni bajo su ala. Condoleezza Rice, que en esa época era asesora de política exterior del entonces gobernador George W. Bush, la conoció ese año durante una reunión con Sharón en Jerusalén. En un momento, Sharón dijo: «Ahora, quiero que conozca a esta joven colega»; se trataba de Tzipi. «Ustedes dos van a hacer cosas buenas para el mundo», vaticinó. 

Cuando Sharón fue elegido primer ministro dos años más tarde, tras el fracaso de la oferta de paz de Barak en Camp David y el inicio de la segunda Intifada, Livni se convirtió en ministra en el nuevo gobierno del Likud, al frente de proyectos en agricultura, cooperación regional, inmigración, vivienda, y luego, justicia. En aquellos años, Israel estaba en guerra abierta con Hamás y otros grupos terroristas palestinos. Y pese a ser una ministra de bajo rango, Livni se convirtió en una de las diplomáticas más eficaces del país. 

La respuesta inicial de Israel a la segunda Intifada fue una inclinación a la derecha. Pero Sharón y otros derechistas del gobierno empezaron a aceptar la opinión de Livni de que Israel no tenía más remedio que separarse de los palestinos, incluso si eso significaba ceder territorios. Sharón aprobó la solución de dos Estados y en 2005 retiró unilateralmente a todos los colonos y soldados de Gaza. La retirada dividió al Likud entre los ministros moderados como Livni y elementos más intransigentes como Netanyahu. Finalmente, Sharón, al enfrentar un desafío de liderazgo de Netanyahu, renunció al Likud y formó un nuevo partido centrista, Kadima, llevándose consigo a Livni y a otros elementos moderados del Likud, así como algunos miembros centrales del Partido Laborista como Shimón Peres, Haim Ramón y Dalia Itzik. 

Sharón sufrió un derrame cerebral meses antes de las elecciones, pero cuando su ex mano derecha, Ehud Olmert, llevó a la victoria a Kadima, Livni fue ascendida a ministra de Exteriores, donde de convirtió rápidamente en favorita de la comunidad internacional. Y a fines de 2007, cuando se reanudaron las negociaciones con los palestinos, Livni fue designada negociadora principal. La muerte de Arafat, en 2004, de quien Livni y la mayoría de los israelíes opinaban que no deseaba seriamente poner fin al conflicto, la había convencido de que la paz era posible. Mahmud Abbás, quien reemplazó a Arafat, había abogado en favor de la paz con Israel y ahora parecía decidido a llegar a un acuerdo. Durante las negociaciones, Livni se hizo amiga del líder negociador Saeb Erekat y de otros funcionarios palestinos. 

Mientras tanto, en Israel, la mayoría de la gente la veía como una política poco común que defiende sus principios, aun a costa de su carrera política. Meir Shitrit, ex ministro del Likud y uno de los legisladores del nuevo partido de Livni, sugiere que a veces ella es «demasiado idealista». Señala que en 2008, tras la renuncia de Olmert, Livni pudo convertirse en primera ministra si hubiera aceptado la exigencia del partido ultraortodoxo Shas de que Jerusalén fuera retirada de la mesa de negociaciones. «Pero ella no quiso hacerlo», agrega Shitrit. 

La medida le costó a Livni el cargo de premier, pero se ganó su respeto en todo el espectro político. Aunque, por supuesto, ser respetada y tener éxito en el despiadado mundo de la Knéset son dos cosas diferentes. «Tiene muy buen carácter», dice Shitrit. «Pero en la política israelí, el buen carácter no siempre ayuda». 

Mientras Livni vuelve a la mesa de negociaciones, hay muchos que dudan del éxito de esta nueva ronda. Danny Danón, vice ministro de Defensa israelí y presidente del Comité Central del Likud, cree que Livni fracasará «ya sea en las negociaciones, como lo hizo en el pasado, o cuando el público israelí no la apoye». 

Por su parte, para la mayoría de los israelíes, el conflicto con los palestinos dejó de ser importante. «Eso está pasado de moda», le dijeron jóvenes líderes izquierdistas de protestas que sacudieron a Israel en el verano de 2011. Pero a Livni no le preocupa el pesimismo. «Cuando en el pasado creamos grandes esperanzas que no dieron fruto, eso condujo a la violencia. Así que entrar en la sala de negociaciones sin grandes expectativas es positivo. Lo único que quería era estar ahí y negociar», asegura. 

Gran parte del escepticismo de Israel se deriva del fracaso de las conversaciones de 2008, que culminaron cuando Abbás rechazó una propuesta de paz de largo alcance presentada por Olmert. Pero Livni sostiene que la situación era más compleja. Las conversaciones dirigidas por Livni disminuyeron las diferencias entre ambos bandos e incluso dieron lugar a acuerdos sobre algunos temas. 

De acuerdo con funcionarios estadounidenses e israelíes que intervinieron en ese entonces, Abbás y otros líderes palestinos se opusieron a la oferta de Olmert no tanto porque rechazaran los términos, sino por el temor a que Olmert, quien ya había anunciado su intención de dimitir, no hubiera podido cumplirlas. «En ese momento, se le consideraba como un político acabado», dijo Saeb Erekat. En cambio, tenían la esperanza de lograr un acuerdo con Livni, de quien creían, erróneamente, que ganaría las elecciones. 

Hoy en día, Livni critica la forma en la que Olmert manejó las conversaciones. «Después de ocho meses (era noviembre de 2008), nos reunimos todos. Yo estaba allí. Abbás estaba allí. La Liga Árabe estaba allí. Y el Cuarteto. Todos los ministros. Y todos estábamos de acuerdo en que todo iba bien. Abbás y yo dimos básicamente los mismos discursos, asegurando que todo estaba funcionando, que necesitábamos más tiempo, que era algo discreto, pero que habíamos adquirido confianza, que estábamos de acuerdo en algunas cuestiones, y que no queríamos que el mundo participara en esto. Entonces descubrí que un día Olmert le dio un mapa a Abbás diciéndole: 'Tiene que firmar aquí y allá, porque es una oportunidad única. Tómelo o déjelo'. La idea de Ehud Barak u Olmert, de poner algo sobre la mesa, ya sabe, no es la forma en que debemos negociar». 

Cinco años más tarde, el éxito de las nuevas negociaciones probablemente dependerá de la capacidad de Netanyahu y de los dirigentes palestinos de superar su desconfianza mutua. Y Livni, que cuenta con la confianza de ambos, podría ser la encargada de dirimirlas. 

«Del lado palestino, tenemos un grupo con el cual no hay esperanza de paz: Hamás. Ellos ven el conflicto desde un punto de vista religioso. No luchan con el fin de crear un Estado. Ni siquiera pueden decir que Israel tiene derecho a existir. Está bien, entonces están fuera. Abbás y sus aliados, en cambio, están dispuestos a poner fin al conflicto si obtienen lo que quieren», afirma. 

Con base en informes, filtraciones y declaraciones públicas, lo que los líderes palestinos quieren es más o menos claro. Si hubiera un acuerdo de paz entre Israel y la Autoridad Palestina, es casi seguro que implicaría un Estado palestino en el equivalente del 100% de Cisjordania y Gaza, con intercambios de tierra de mutua aceptación para dar cabida a algunos asentamientos, una división de Jerusalén a lo largo de líneas étnicas, con un régimen internacional para la sensible zona de la Ciudad Vieja; previsiones de desmilitarización para el nuevo Estado, compensaciones a gran escala y el reasentamiento de los descendientes de los refugiados palestinos, de los cuales, solo un número simbólico volvería a Israel. 

Por supuesto, aún está por verse si los líderes palestinos pueden lograr que su público de línea más dura apoye estos compromisos. Por su parte, en el lado israelí la situación se invierte. Con sus antecedentes de derecha, Netanyahu se encuentra en una posición única para promover un pacto definitivo ante un público israelí que, de acuerdo con la mayoría de las encuestas, está preparado para apoyarlo. Pero es menos claro si él está dispuesto a hacer las concesiones necesarias y, para muchos palestinos, esto es algo muy dudoso. 

«Sé muy bien que Livni, como persona, quiere la paz», declaró el alto funcionario palestino Nabil Shaath. «Pero la decisión final no es suya. La decisión es de Netanyahu y su gabinete interno», agregó. 

Cuando Livni se unió al gobierno, Yossi Verter, veterano columnista de «Haaretz», escribió: «Livni no es menos confiable o cínica que otros políticos que no cumplieron con su palabra, se echaron para atrás, guardaron sus consignas y sus discursos electorales y galoparon hacia los brazos de la que habían descrito como la madre de todos los pecados». Pero por ahora, este equipo de rivales parece estar funcionando bien. «Ella entra y sale de la oficina con regularidad», dice un asesor de Netanyahu, quien estima que Livni es una de los ministros que pasan más tiempo dialogando con el jefe. 

«Estamos trabajando juntos, horas y horas, acerca de cuál es el mejor paso a seguir», dijo Livni. "Él realmente entiende que debemos romper el punto muerto». En el caso de Netanyahu, para romper el punto muerto será necesario romper con su pasado y, como fue el caso de Livni, con sus padres. El padre de Netanyahu, Benzión, quien falleció el año pasado a los 102 años de edad, fue un famoso historiador judío que inculcó en su hijo una creencia en la santidad de la tierra bíblica de Israel. 

Livni no ve un paralelismo entre su entorno familiar y el de Netanyahu. Para ella la solución de dos Estados no tiene que ver con desechar los valores de sus padres, sino con reconciliarlos: equilibrar sus ambiciones territoriales con sus esperanzas de un Estado judío democrático. Desde luego, no todo el mundo lo vio de esta manera. En 2007 la madre de Livni murió y fue enterrada junto a su marido, debajo de lápidas que llevan el escudo del Etzel, un rifle custodiando al Gran Israel. Durante el período de duelo de siete días, Livni se enteró de que en el geriátrico de Tel Aviv donde había vivido sus últimos años, otros ex combatientes del Etzel la llamaban «la madre de la traidora». 

«Quizás trato de hacer las cosas más fáciles para mí diciéndome que lo que estoy haciendo es parte de los valores que recibí de mis padres. No lo sé, tal vez ellos se opondrían por completo. Pero cuando tomo decisiones no pienso en mis padres. Pienso en mis hijos», asegura.




Publicado el 03 Noviembre 2013. Escrito por Ben Birnbau.
http://www.israelenlinea.com/magazine-de-semana/articulos/entrevistas/9358-la-dama-que-cree.html







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