El mes de octubre que estamos transitando, es el mes de las Américas. Como todos sabemos, el 12 de octubre de 1492, el Almirante Cristóbal Colón, desde la nave Santa María, divisó y descendió a una tierra que entonces se denominaba, Guanahani, y que pertenecía al continente que luego se llamó América y que él, bautizó como San Salvador.
Hasta el día de hoy se discute por parte de los estudiosos del tema cuál de las islas de las Bahamas, en las Antillas, es la mencionada.
Cristóbal Colón no solamente falleció en el anonimato, sino que él fue el primer latino en pisar esa tierra que no lleva su nombre, como debería ser.
América, le adjudicó a estas tierras esta denominación en homenaje al marino español Américo Vespucio y solamente un país del noroeste sudamericano, Colombia, lleva este nombre en su homenaje.
Pero, al parecer por los estudios sobre su nacimiento, religión y personalidad, Cristóbal Colón se habría llamado, siendo un judío, Moisés Jona y habría sido descendiente de la tribu de los Levitas.
Ioná, en hebreo significa “Paloma” y en Castilla y en Portugal, según los investigadores, sería equivalente al nombre Colom.
Según testimonios de José Lion Depetre y que es citado por el investigador Alberto Liamgot, en su magnífica obra que poseo sobre mi escritorio mientras escribo estas líneas, “Marginalidad y Judaísmo en Cristóbal Colón”, en la actualidad se encuentran en el Mediterráneo familias judías de apellido Colón como por ejemplo, en Marruecos: Samuel Colón, en Livorno Jeremías Columbus, en Sicilia Jesuah Colón y en Zaragoza, localidad de donde algunos piensan puede provenir Cristóbal Colón, se han hallado familias judías con el apellido Colón y, entre ellos, a un judío llamado Salomón Colón.
Como es bien sabido por los lectores, estudiosos españoles de renombre internacional, no precisamente judíos, tales como Salvador de Madariaga, Ramón Pidal, Constantino de Horta y Pardo, Celso García de la Riega, Rafael Pineda Yañez, Daniel Mesa Bernal y Vicente Blasco Ibáñez, no vacilan en demostrar, fehacientemente, que el Almirante Cristóbal Colón era, un converso y que provenía de una familia de judíos conversos.
Los judíos conversos fueron aquellos que, en España y Portugal, fueron obligados a adoptar la religión católica romana, dado que si no lo hacían morirían sentenciados por la Santa Inquisición.
Algunas de sus teorías que lo llevaron a embarcarse en la aventura que comandó, pudieron ser conocidas por él gracias a las lecturas que habría hecho de la Torá, ya que en Isaías, 40:22, se hace mención a la redondez del planeta.
En doce de las cartas que dirigió a su hijo Hernando o Fernando, las encabezaba siempre con el símbolo conformado por las letras del alfabeto hebreo Beit y Hei o Jei y que significan en hebreo “Baruj Hashem”.
La única carta que no lleva ese símbolo en el encabezamiento, es una que, a través de su hijo, dirige a la Reina Isabel.
Entre las directrices que Colón ordena estaba la de destinar 10 por ciento de sus ingresos para los pobres, también, para las niñas pobres que estén por casarse, según es tradición benéfica entre los judíos, y otros dicen que, con el dinero que habría de obtener tras sus aventuras náuticas, habría ordenado hacer una expedición a Tierra Santa, para sacar a los Musulmanes de Jerusalén.
Dos de los asesores de la Reina Isabel y del Rey Fernando, los Reyes Católicos, eran judíos conversos, y uno de entre ellos, Luis de Santangel, Tesorero de la Corona, eran judíos conversos y fueron quienes apoyaron financieramente a Colón.
El Almirante Cristóbal Colón no descubrió, como suele sostenerse habitualmente el continente que hoy lleva el nombre de América, porque éste ya estaba habitado, desde diez mil años antes de Cristo, por grupos humanos provenientes de Siberia y, antes que Colón, ya habían estado en esas tierras los vikingos.
Lo que descubrió Colón cuando buscaba llegar a las Indias por un camino distinto, fue una senda marítima que une Europa con el continente que hoy se denomina América.
Es interesante corroborar de qué forma Colón trató de ocultar su judaísmo, al punto tal que, transcurridos tantos siglos desde el tiempo en que vivió, no es posible afirmar, con absoluta certeza, cuál es el lugar de su nacimiento y cómo estaba conformada su familia paterna y cuáles eran sus orígenes.
El Decreto de Expulsión de los judíos de España que no se convirtieran al cristianismo romano, firmado por los Reyes Católicos, tiene fecha 31 de marzo de 1942 y, en el mismo, se les daba un plazo de cuatro meses a todos los judíos de Sefarad, para que, si no se convertían, abandonaran España.
El plazo vencía el 31 de julio y, Colón ordena embarcar a quienes serían partícipes de las tripulaciones de las tres naves que conformarían la expedición, el día 02 de abril pero, no zarpa del Puerto de Palos en esa fecha porque, según el calendario judío, 09 de Av, en ese día se recordaban trágicos acontecimientos de la historia judía. Lo hace en la madrugada del día siguiente, el 03 de agosto.
Cuando emprende su viaje a “las Indias”, en la página que corresponde al día 31 de julio de 1492 de su Bitácora, diario de viaje, registraba que el Puerto de Cádiz se hallaba desbordado de navíos cargados con judíos que escapaban de Sefarad.
Era éste, el último día del período de gracia que habían concedido los Reyes Católicos a los judíos.
La alternativa era, convertirse al cristianismo y la gran mayoría la rechazó enfáticamente, y abandonó España. Las estimaciones en cifras de judíos que dejaron la península ibérica son sumamente variadas pero, lo cierto, lo confirmado es que, la gran mayoría de judíos, no se convirtió, y dejó España.
El sacerdote español Andrés Bernaldez, según reproduce el historiador Frederick Goldman, testigo ocular del éxodo judío de España, describe en su clásica “Historia de los Reyes Católicos” que “los judíos rezaban sus últimas preces en las sinagogas y ante las tumbas de sus ancestros, y salieron de la tierra donde nacieron, jóvenes y adultos, ancianos y niños, a pie, montados en burros o en otros animales, en carruajes, caminaban por las rutas y por los campos, con mucho esfuerzo y poca suerte, algunos desmayándose, otras dando a luz, otros pasando tan mal que no había cristiano que no sintiese pena por ellos. Los Rabinos animándoles, haciendo a las mujeres y niños redoblar tambores y tamboriles y, así, salieron de Castilla…”
Para finalizar, reproduzco unas frases de una carta que, Colón dirigió al Príncipe Juan, cuando fue elevado al grado de Almirante. Dice así:
“No soy el primer Almirante de mi familia. Que me den el nombre que quieran; pues al fin y al cabo David, rey muy prudente, guardó ovejas y más tarde fue nombrado Rey de Jerusalén. Y yo soy siervo de aquel mismo Señor que elevó a David a tal Estado.”
Cristóbal Colón solía, en sus escritos, invocar al cielo de nombres bíblicos como Israel, David, Jerusalén, Judá, el Rey de Israel y muchos otros.
En ello se puede adivinar, y sostener que, son estas evidencias de que, el gran Almirante fue, una personalidad universal, de origen judío.
De ahí, la razón del título de este artículo periodístico: “El judío Cristóbal Colón” que estamos escribiendo para AURORA, desde Montevideo, en América del Sur, precisamente, el 12 de octubre de 2013.
Extracto de la carta de Colón:
A continuación extraemos parte de la carta que Colón escribió sobre su descubrimiento, compendiada por Fray Bartolomé de las Casas:
“A las dos horas después de media noche pareció la tierra de la cual estarían dos leguas (…...) Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. (…...) Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. (…...)
Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias.
«Yo -dice él-, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles.
En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballo, y cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan.
De ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que hallan, y de ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de ellos sólo el nariz.
Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano. Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos.
Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos, en esta isla.» Todas son palabras del Almirante.”
Publicado 17/10/2013 en AURORA DIGITAL.
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